Ahora el petróleo: no hay tregua
LA política de precios bajos de la OPEP en los últimos años ha sido decisiva para facilitar la salida de la crisis
No tiene el poder de los años setenta y ochenta, pero representa el 81,89% de las reservas mundiales y cada día satisface el 44% de la demanda mundial. Se trata de la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, cuya política de precios bajos en los últimos años ha sido decisiva para facilitar la salida de la crisis. Esta tendencia, sin embargo, se ha revertido. Los precios del crudo han subido un 40% desde finales de 2018. ¿Agudizará esta subida la debilidad que aqueja a la economía mundial o ayudarán las energías renovables y la revolución del fracking en Estados Unidos a contrarrestarla? ¿Se ha reducido efectivamente la dependencia del mundo en el suministro del cartel? No es en ningún caso una buena noticia para las economías más dependientes de las exportaciones de crudo. Que son casi todas en la Unión Europea y la mayoría en Asia. No sólo amenaza con agudizar la fragilidad de su crecimiento, si no que podría forzar a los bancos centrales, que han optado por mantener una política monetaria laxa para ayudar a superar el presente bache, a subir los tipos de interés para contrarrestar las presiones sobre la inflación que ejerce el encarecimiento de los combustibles.
Not a dull day. En definitiva, no hay manera de relajarse. Justo ahora que el aplazamiento del Brexit[contexto id=»381725″] había permitido aparcar sus temidas consecuencias económicas y que el cambio de rumbo de los bancos centrales había dado una tregua al pesimismo, va y se nos echa encima el encarecimiento del petróleo. Las medidas adoptadas por las economías desarrolladas para reducir su dependencia en el combustible fósil serán puestas a prueba. De momento han aguantado bien, pero tendrán que desafiar la historia: cada vez que el precio del crudo ha aumentado las crisis económicas se han agudizado hasta niveles insoportables. Y no hace falta remontarse a los colapsos económicos que siguieron a las crisis del petróleo de 1973 o de 1981 provocados por la OPEP en su pleno apogeo. ¿El ejemplo más cercano? La subida de los precios del crudo entre 2011 y 2014 retrasó en gran medida la recuperación de la crisis financiera de 2008.
Pero las decisiones de la organización que se fundó en 1960 por los países del Golfo y Venezuela para recuperar la soberanía sobre una materia prima que entonces estaba en manos de las grandes multinacionales extranjeras, no tienen mucho que ver en la actual evolución de los precios. La OPEP ha mutado y sólo se ha debilitado desde entonces. En parte porque aprendió de las consecuencias de cuadruplicar los precios a su antojo: el mercado acababa adaptándose, bien buscando otro suministro o reduciendo su demanda. No. Los precios se han disparado en los últimos meses en anticipación a las consecuencias que tendrá en la oferta las sanciones que ha impuesto Donald Trump a Venezuela y, sobre todo, a Irán. Y los efectos de la nueva guerra civil abierta en Libia. Todos ellos países productores miembros de la OPEP.
En el caso del país caribeño, su oferta se ha visto diezmada durante los años de la pésima y corrupta gestión que los gobiernos chavistas han hecho en la compañía pública PDVSA, y el bloqueo estadounidense restaría como mucho 500.000 barriles diarios a la oferta mundial (un 0,5%). Las medidas de EEUU contra Irán tienen, sin embargo, consecuencias más graves. Es el mayor país productor de crudo en el Golfo Pérsico después de Arabia Saudí. Ambos países son rivales históricos, por fe (chiita el primero y suní el segundo) y por disputarse la influencia en la región. Enemigo de EEUU la república islámica y aliado el reino saudí, Washington sólo busca debilitar al régimen de los ayatolás tras abandonar el año pasado el acuerdo nuclear firmado en 2015 por la Administración Obama y la Unión Europea con Teherán. Trump ha condicionado además la importación de crudo iraní a terceros con amenazas comerciales a sus grandes importadores: India, China o Turquía.
Puede que una vez más el presidente estadounidense se haya dejado llevar por sus impulsos sin medir las consecuencias. ¿Quién sabe? Esta misma semana subió el tono de sus amenazas antes sentarse en la mesa de negociación con China para evitar una guerra comercial de nefastas consecuencias. Despreciando de paso, aparentemente, el negativo impacto que sus bravuconadas tienen en Wall Street. Reconforta pensar que quizás su desplante le dure hasta el próximo domingo, cuando juegue al golf con alguno de los grandes mandamases de una empresa cotizada en bolsa y este le exprese su preocupación… Las elecciones presidenciales están bastante cerca. Noviembre de 2020. Y Trump no puede permitirse sublevar a Wall Street, uno de los principales caladeros del voto republicano y termómetro de la buena salud de la economía estadounidense, sobre todo de cara al exterior.
Pero la agresividad de EEUU contra Venezuela e Irán puede leerse también en otra clave. Una que supera los intereses de Wall Street. ¿Se trata de una nueva Guerra Fría? Washington y Moscú parecen abocados a reeditar esa rivalidad. El asesor de Seguridad Nacional, el ultraconservador y mayor halcón de la Administración Trump, el veterano John Bolton, ya ha dejado claro que en Venezuela todas las opciones, incluida la militar, están sobre la mesa. Y apelando a la doctrina Monroe, considera que la presencia rusa en el país sudamericano es una agresión que merece una respuesta. Asegura que hay 20.000 cubanos a las órdenes del presidente ruso, Vladimir Putin, y 100 rusos mercenarios dispuestos a todo para perpetuar en el poder a Nicolás Maduro y frustrar las aspiraciones de cambio lideradas por Juan Guaidó, reconocido como presidente encargado de Venezuela por 50 países. Mientras, la población desfallece. Y la idea de que una intervención que derive en un enfrentamiento civil pone los pelos de punta a cualquiera.
Venezuela puede convertirse en el primer capítulo de la nueva guerra entre dos antiguos rivales. El segundo sería Irán. El mismo belicoso Bolton se la tiene jurada desde hace tiempo. Y eso es harina de otro costal. La república de mayoría chiita es junto con Siria el principal aliado de Rusia en la región. Ambos países, además, apoyan y financian al Hezbollah en el Líbano, archienemigo de la vecina Israel. La intervención americana en el país persa abriría un capítulo de imprevisibles consecuencias en la conflictiva región. Mientras, Israel y a Arabia Saudí, los dos grandes aliados de Washington en la zona y enemigos de Irán, se frotan las manos.
En medio de este inquietante panorama, el petróleo, identificado en la fundación de la OPEP como una poderosa arma política, tal vez aún tenga un papel que jugar. Teherán ya avisado que como represalia a las sanciones estadounidenses está dispuesta a bloquear el tráfico de crudo por el estrecho de Ormuz, por el que pasa la quinta parte de la oferta mundial. ¿Será esta amenaza suficiente para evitar un desastre mayor?