No tendrían ni que haber ido
«Para no caer en la vergonzante petulancia de quien cree que por haber estado allí ha visto o entendido algo»
“Es que ya no tendríais ni que haber venido”. Se lo dijo a la ministra Delgado un hombre que también estaba allí pero que al menos en esto tenía razón. No tenía ni que haber ido porque con estos independentistas no se puede ir ni a Mauthausen. Pero tampoco deberían haber ido los independentistas.
En parte, porque a estos sitios lo mejor es no ir. Para no caer en la vergonzante petulancia de quien cree que por haber estado allí ha visto o entendido algo. Para no caer en la pretensión añadida de firmar el libro de visitas como si se tuviese algo que decir. Si hay que ir, que sea al menos en silencio. Que si allí calló Dios y calló hasta el Papa, quién nos mandará a nosotros ir a decir nada. Cualquier cosa que digamos será para decir que no somos tan malos como los nazis o que no somos tan víctimas como los judíos y ninguna de las dos cosas sirve, como pedía el verso, para mejorar el silencio.
Cualquier cosa que digamos en Mauthausen será sobre nosotros mismos. Y así es como hablan los indepes de sí mismos. No podían dejar de hablar de Romeva porque él fue quien inauguró la placa y es costumbre y educación el recordar estas cosas. Sería además el colmo que se olvidasen de él justo allí y justo entonces cuando el recuerdo a sus presos se ha convertido en su única propuesta política. Y si hablan de él tienen que hablar de un preso político, porque así están las cosas.
El problema de hablar de Romeva y de hablar de él como un preso político en Mauthausen es viejo y conocido y tiene que ver con la banalidad y el nazismo y consiste, básicamente, en que el nazismo banaliza cualquier causa o cualquier queja que se le acerque. Lo decía Jabois, preocupado «por el propio Romeva, que no sé qué tal se verá reivindicado en un lugar como Mauthausen. La manera más implacable de disolver una denuncia: presentándola en el Holocausto.»
Al independentismo no le convenía ir a Mauthausen para comparar a sus presos con los judíos, pero tampoco podía ahorrárselo. Porque está atrapado en una retórica victimista y estéril que lo pervierte todo, empezando por su propia causa y acabando en el deber de memoria del holocausto, pero que es la única que tiene. No sé cómo ni cuándo podrá liberarse de ella, pero mientras tanto no debería desaprovechar ninguna excusa para guardar un respetuoso silencio. Por las víctimas, claro. Pero también y sobre todo por ese respeto a sí mismo del que depende el respeto a todo lo demás.