Todo por la cara
Las caras de la victoria y la derrota pudieron ser muy distintas solo por un puñado de votos
El truco pareció novedoso en las elecciones europeas de 2014. ¿Hace una eternidad? No, hace sólo una legislatura del Parlamento Europeo. Entonces, en el arranque de la explosión del multipartidismo voluble en España, un muy poco conocido nuevo partido, Podemos, colocó en la cabecera de sus papeletas de votación la cara de su líder, un polemista de extrema izquierda que se paseaba con creciente éxito por las tertulias televisivas envuelto en la aureola de una publicitada acampada en la Puerta del Sol.
La cara de Pablo Iglesias -conocida por televisiva- pretendió y logró llenar el hueco de unas siglas entonces aún desconocidas, las de Podemos. Fue el inicio de una carrera que parecía fulgurante y hoy sufre un franco retroceso, quizá como resultado del cóctel de purgas por disidencias que con tanta eficacia desangran a los partidos cuando las padecen.
Cinco años después, le copiará el truco de poner la cara su principal purgado, su más relevante disidente, ese excompa que defendía lo que él, como líder, no quiso: acercarse al PSOE, ayudar al PSOE, hacer piña con el PSOE, sumando a quien hiciera falta, para cumplir con su objetivo común de sacar al PP de cualquier gobierno. Es difícil olvidar la cara que se le quedó a Íñigo Errejón un 2 de marzo de 2016 al escuchar la extemporánea alusión a la cal viva del PSOE que hizo Iglesias para dinamitar el Pacto del Abrazo que entonces promovían Pedro Sánchez y Albert Rivera. Quizá ese día empezaron a distanciarse.
Ahora, desde partidos distintos aunque con propósito parejo, las papeletas de voto a Errejón, principal depurado de la órbita de Podemos, estarán encabezadas por la cara: por la suya junto a la de Manuela Carmena, porque Íñigo es menos mediático (menos popular) que su excompa el líder, y porque en el azaroso viaje de la disidencia ha hecho pandilla con la alcaldesa de Madrid, otro satélite con luz propia de la galaxia Podemos. Es una pequeña extravagancia que junten caras en papeletas distintas, porque Carmena y Errejón concurren a elecciones diferentes: ella al Ayuntamiento y él a la Comunidad de Madrid.
Los dos juntan caras para plantar cara a quien ha actuado como única cara relevante de ese magma a la izquierda del PSOE: la cara de Iglesias. Y esas dos caras, por aquello de la fragmentación del voto, pueden poner algo más difícil las sumas de la izquierda en las dos instituciones madrileñas. Algo más, pero no mucho más, porque la competición es en una sola circunscripción –se reparten bastantes escaños- y solo perderían votos si una de sus marcas queda por debajo del 5% del escrutinio.
Hace cuatro años, la fragmentación sí tuvo un coste pronto olvidado a izquierda y a derecha. Si los votos a lo que entonces era IU en la Comunidad de Madrid hubieran ido a Podemos, la izquierda habría sumado un escaño más y, quizá, en lugar de Cristina Cifuentes el presidente de la Comunidad de Madrid habría sido Ángel Gabilondo. Y, en el Ayuntamiento de Madrid, si los votos que entonces ya recolectó Santiago Abascal para un recién nacido Vox hubieran optado por la papeleta del PP, la alcaldesa podría haber sido Esperanza Aguirre en lugar de Manuela Carmena.
Las caras de la victoria y la derrota pudieron ser muy distintas solo por un puñado de votos. Pero ese contrafactual ocurrió hace una eternidad de cuatro años, y hoy estamos muchas caras y muchas cruces después.