El mal menor
«A Manuel Valls le ha tocado decidir cuál es el mal menor para la ciudad de Barcelona, y de eso trata el pragmatismo político»
Votar con ilusión debería ser una excepción en política, aunque el mainstream intente convencernos de lo contrario. Es históricamente conocida la capacidad que tiene la política para perjudicar la calidad de la vida –o directamente las vidas– de los ciudadanos en nombre de las grandes causas o del purismo ideológico. Reversionando a John Kennedy, de la política debemos esperar más bien poco y solo las reformas discretas y aburridas, de la mano de los cambios científicos y tecnológicos, puede contribuir a mejorar el día a día de la sociedad.
Sin caer tampoco en una defensa de la tecnocracia, las decisiones responsables de políticos que han resultado ser verdaderamente líderes han sido más beneficiosas para el conjunto de la sociedad que cualquier utopía política o la gestualidad vacía, que en el fondo es la política más conservadora de todas.
A Manuel Valls le ha tocado decidir cuál es el mal menor para la ciudad de Barcelona, y de eso trata el pragmatismo político. El nacionalismo catalán es la única opción política que ha roto la legalidad y que a nivel de hechos y no de retórica, que es lo que cuenta, ha superado a Vox[contexto id=»381728″] en querer laminar los derechos de la mitad de sus ciudadanos. Los únicos que han vulnerado la legalidad.
La política institucional consiste en bajar al barro y ensuciarse las manos. En renunciar a los programas maximalistas a favor del entente entre sensibilidades distintas. Valls lo ha demostrado. Queda por ver si Ada Colau es una líder política capaz de convencer a los suyos de abandonar el purismo y empezar a hacer política.