El peligro de que el BCE vuelva a la ortodoxia
«La pregunta es si la actual situación económica se acaba torciendo, ¿cómo reaccionaría un BCE en manos de Weidmann?»
Se especula mucho. Pero no se sabe nada aún de quién será el sustituto de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo (BCE). El italiano deja su puesto en septiembre y la elección de su sucesor está ligada al reparto de los puestos relevantes en las instituciones comunitarias como resultado de las recientes elecciones al Parlamento europeo. La familia con más peso en la Cámara común sigue siendo la de los populares (los partidos conservadores liderados aún por la CDU de Alemania). Pero tienen menos votos que las dos fuerzas siguientes, los socialdemócratas (liderados por el PSOE) y los liberales (con Macron a la cabeza), que se han aliado para hacerse con la presidencia de la Comisión, el puesto más políticamente codiciado. A cambio, todo apunta a que intentarían compensar a Alemania dándole la presidencia del BCE al ultraortodoxo Jens Weidmann, presidente del Bundesbank.
El alemán ha sido el declarado enemigo de las políticas extraordinarias que adoptó el italiano en los peores momentos de la crisis del euro. Llegó incluso a testificar contra ellas ante el Tribunal Constitucional alemán por considerar que se salían del estricto mandato del BCE. Y ello a pesar de que fue precisamente la falta de ortodoxia de Mario Draghi, o una interpretación generosa del mandato. Primero zanjó la especulación sobre la ruptura del euro con su célebre frase “el BCE hará lo que haga falta para salvar al euro y créanme que será suficiente”. Y luego, como resultado de las compras masivas de activos a los bancos comerciales el BCE por valor de 2,6 billones de euros logró que el crédito fluyera y la eurozona recobrara la senda del crecimiento.
La pregunta es si la actual situación económica se acaba torciendo, con las tensiones comerciales provocadas por Donald Trump deprimiendo las expectativas empresariales en todo el planeta y los inversores buscando refugio en la deuda alemana como en los peores tiempos de la crisis de 2008, ¿cómo reaccionaría un BCE en manos de Weidmann? Todo apunta a que no con la imaginación de Draghi. Más bien al contrario. Es altamente probable que se ciñera al mandato del BCE. La institución, a diferencia de otros bancos centrales del mundo, como la Reserva Federal, estadounidense, no tiene entre sus objetivos el crecimiento o el empleo. Creado a imagen y semejanza del Bundesbank, obsesionado por motivos históricos con la inflación, la política monetaria debe procurar sólo la estabilidad de los precios.
En tiempos de incertidumbre económica como los actuales, cederle la presidencia al alemán puede representar un riesgo añadido en lugar de una salvaguardia. Es de hecho, la apuesta más arriesgada. Martin Wolf lo expresaba así de contundentemente hace pocos días en el Financial Times: “la decisión sobre quién suceda a Mario Draghi es la más importante que pueden tomar los gobiernos europeos este año”. Para el columnista, esta es mucho más importante que lidiar con las amenazas comerciales de Trump o con las consecuencias del Brexit. Preocupado por la posible elección de Weidmann, cuyo escepticismo cree que puede ser desastroso al frente del BCE, sentenciaba: “el próximo presidente del BCE puede determinar si aún existirá una zona euro o incluso una Unión Europea, al final de su mandato en 2027”.
Lo paradójico es que si Weidmann sustituye finalmente a Draghi, sería la primera vez que la presidencia del BCE la ocupara un alemán. Tras 18 años. En ese sentido la primera potencia europea, que es el accionista mayoritario del BCE, ha sido generosa. Alemania cedió y confió el control de la inflación a un holandés, un francés y un italiano. Y pese a la voz crítica de Weidmann dentro de la institución, aceptó las medidas extraordinarias que Draghi finalmente logró imponer en el consejo.
Angela Merkel nunca osó cuestionar la política expansiva de Draghi, pese al malestar que estas provocaron en los sectores más conservadores del país. Tal vez viera en ellas una manera de compensar las impopulares recetas de austeridad impuestas a los estados más endeudados que agudizaron los efectos de la recesión.
El tiempo dio la razón al italiano. Ahora toca ver si el riguroso Weidmann será capaz de aceptar que la política monetaria en tiempos de una inflación inexistente puede no bastar. Y que para mantener el acceso al crédito y asegurarse que la actividad económica no se estanca haya que recurrir a la adopción de medidas extraordinarias alejadas de la ortodoxia. Como la historia reciente ha demostrado con éxito. ¿Está capacitado el alemán tomar el relevo de la imponente herencia del italiano? Nada en su trayectoria apunta, desafortunadamente, en la buena dirección. Y hay mucho en juego. Porque como la reciente historia ha demostrado, el BCE ha resultado ser la institución clave para asegurar el futuro de la unión monetaria y, por extensión, del proyecto europeo en su totalidad.