Quins collons!
«Torra sobreactúa una perplejidad desorbitada, una incredulidad rayana en el hastío fatigado (esa panda de españolazos reacios siempre al palique dialogante) hasta un colofón propio de su condición deshilachada»
Tal vez sea una de las imágenes más precisas y definitivas del ridículo máximo institucional catalán. Una escena minuciosamente preparada por el propio presidente de la Generalitat con la colaboración de sus alucinantes y alucinados asesores de comunicación. La cámara semisubjetiva escruta por encima del hombro de un anodino secundario que anuncia a un Torra fingiendo tareas de despacho que el presidente Sánchez no se pone al teléfono, a diferencia de aquel enemigo tan solícito de los añorados monólogos de Gila, que está muy ocupado y que pasa del tema y tal.
Torra sobreactúa una perplejidad desorbitada, una incredulidad rayana en el hastío fatigado (esa panda de españolazos reacios siempre al palique dialogante) hasta un colofón propio de su condición deshilachada: “Quins collons!”, exclama un hombre que cobra 150.000 euros anuales para, entre otras tareas, dar un mínimo de lustre al cargo que ostenta y representar con dignidad a una ciudadanía que le está costeando sus preciados días y ocios.
En cambio, nuestro hombre despechado opta por un exabrupto menestral antes de que la puerta se cierre y nos deje fuera del despacho, como Lubitsch resguardaba con el cierre de puertas arrebatados amores de alcoba, Ford nos alejaba de desiertos de infinita y árida soledad, y Coppola impedía el paso a rituales iniciáticos del hampa y sus crímenes.
Después de ese “quins collons!”, tan de Jaume Canivell-porteros automáticos, la escena queda a merced de la sutil imaginación del espectador. Puede que el personaje optara por dejar el bolígrafo encima de la mesa y, repantigándose en la silla y tras un largo bostezo, con las manos en la nuca, silbara distraídamente el virolai mientras se perdía su mirada en el impasible techo; puede que berreara y pataleara tirado sobre la alfombra o que, por el contrario, se le escapara la risa floja y le subiera al rostro el rubor acostumbrado de quien confunde la habilidad política con la sinvergonzonería más pétrea.
Todo es posible en Torra. Menos el gesto concentrado de recoger los bártulos del despacho presidencial, ordenarlos maricondoianamente en una caja de cartón y emprender el camino recto y digno de vuelta al hogar.