THE OBJECTIVE
Joaquín Jesús Sánchez

Historias de la cripta

«Sería bueno restituir la herencia de la que los descendientes de Franco gozan de manera ilegítima al patrimonio nacional y entretenerse un rato en limpiar de muertos las cunetas»

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Historias de la cripta

Reuters

La democracia le ha ofrecido a Franco una exhumación honrosa. Aun así, sus secuaces lo han puesto en su sitio: el nieto al que no le queda claro si el pollo va boca arriba o boca abajo, el chino franquista con el ramo de flores (qué gran oportunidad para que algún ‘nostálgico’ lo mandase a su país), la recua de freaks yendo a rendir honores. Hasta Tejero se ha ajustado el pañal para acercarse a apoyar a los esbirros de la momia. El resto eran los actores esperados: el siempre risueño prior y los nietos y bisnietos del dictador, que se ve que piensan que les debemos algo (ese algo es una expropiación como Dios manda). Estaban capitaneados por Francis Franco, que aunque se cambió el orden de los apellidos para dejar claras sus intenciones, no ha conseguido librarse de ese nombre tan —ejem— poco marcial.

A uno le consuela comprobar que estos tarados son los únicos partidarios que el dictador puede concitar a estas alturas. Quedará el franquismo sociológico, pero el facherío orgulloso, afortunadamente, solo nos da risa. Esta mañana contrastaba la solemnidad de las imágenes del funeral del 75, que las televisiones pasaban una y otra vez, con la guasa del personal en las redes sociales. Incluso con esa ridícula y obscena escenita de los familiares dando vivas. El patetismo ha llegado hasta el extremo de que Francis, con semblante grave y alopécico, ha pedido perdón a los periodistas por «el trato discriminatorio que han sufrido». Ellos querían libertad de información y que no fuese «la prensa oficial» la que diese el parte. Tócate las narices.

Los países (las sociedades) necesitan actos simbólicos de reafirmación y de desagravio. Sacar a Franco del Valle de los Caídos es uno de ellos. También el bochorno que nos producen sus simpatizantes. Sería bueno, ahora que hemos calentado la máquina, restituir la herencia de la que sus descendientes gozan de manera ilegítima al patrimonio nacional y entretenerse un rato en limpiar de muertos las cunetas. Ya hemos sacado al que no quería salir: desenterrar a los que quieren es mucho más sencillo.

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