MyTO

También lo horrible

«El trigo y la cizaña crecen juntos y no es asunto mío separarlos»

Opinión
  • Jesús Montiel (Granada, 1984) es autor de cinco poemarios que le han valido distintos reconocimientos, entre los que destaca Memoria del pájaro, Premio Hiperión 2016. Ha traducido Resucitar y Prisionero en la cuna, de Christian Bobin, al que considera su maestro. Ha publicado también un libro de aforismos, Silencio casi (Trea, 2020) y siete de narrativa: Notas a pie de instante (Esdrújula, 2018), Sucederá la flor (Pre-Textos, 2018), El amén de los árboles (Esdrújula, 2019), Señor de las periferias (Pre-Textos, 2019), Casa de tinta (Hiperión, 2019), Lo que no se ve (Pre-Textos, 2020) y La última rosa (Pre-Textos, 2021).

A veces un secreto del universo se nos revela. Un día fui testigo de uno importantísimo. Claro que entonces yo lo ignoraba, en el momento de los hechos. Aconteció en Egipto. Me acompañaban dos eremitas coptos con barba religiosa y una voz pacificada por la oración constante. Allí distinguí, caminando en dirección al monasterio, tres figuras negras agitándose bajo el sol. Tres perros sobre la tierra deshidratada, cachorros devorando el cadáver su hermano. Aquella escena me horrorizó. Cada noche se repetía en mi cerebro, como violentos martillazos. Me desvelaba mi propia respiración, tan agitada como el mar cuando lo manosea un tornado. Pero más sorprendente que la escena de canibalismo fue la indiferencia que mostraron aquellos monjes. Su silencio y la sonrisa de uno tras preguntarle yo por qué motivo sucedían cosas terribles como aquella. Por qué esa viscosidad en una existencia que es hermosa tantas veces. Qué explicación tenía aquel retrato del instinto en un lugar donde viven los hombres entregados al espíritu.

La belleza estaba reñida, para mí, con lo terrible. Tenía una visión maniquea de la realidad: el bien y el mal, la sombra y la luz, lo armónico y el caos. Todo en el mundo estaba bien separado. Pero con el curso del tiempo he comprendido que la belleza no es homogénea sino mezcla. La vida, sostuvo el poeta Rumí, es la paz entre los contrarios. Quiero decir que sin crisis no hay belleza. El río se desvive despertando la vida por donde pasa, la semilla que se parte bajo la tierra del campesino es el prólogo de nuestro alimento, el dolor es inseparable de cada parto. Antes del poema que nos conmociona, en fin, el poeta hace sufrir al lenguaje de todos los días. En este mundo hay un gemido hermoso, el sacrificio, una agonía necesaria. Ayer, cuando uno de mis hijos se detuvo delante del cadáver de un pájaro, supe que todo cuanto debía enseñarle era no prestar atención y proseguir con el paseo. Han tenido que pasar años para comprender que no era indiferencia la sonrisa del monje. El trigo y la cizaña crecen juntos y no es asunto mío separarlos. Debemos aceptar nuestra derrota y respetar aquello que supera nuestro pobre entendimiento.