Agamben en el estudio
«Con Agamben, como con Heidegger, Benjamin o la misma Weil, uno no sabe si está ante un planteamiento conservador, emancipatorio o propiamente enigmático»
Hace unas semanas me hice por casualidad con el último libro publicado en español del filósofo italiano Giorgio Agamben: Autorretrato en el estudio. La obra tiene un aire de despedida y desvela, una vez más, la afición del autor romano por la escritura cabalística y la búsqueda de los caminos perdidos por el hombre como consecuencia de su opción por la Modernidad. El texto viene acompañado de un gran número de fotografías –convenientemente referenciadas– que sirven para hacer un recorrido bastante exhaustivo de la existencia de un pensador poco convencional, con una vida más o menos nómada y una escritura dedicada a sustraer a los hechos y conceptos de su contexto histórico. Con Agamben, como con Heidegger, Benjamin o la misma Weil, uno no sabe si está ante un planteamiento conservador, emancipatorio o propiamente enigmático, en el sentido de alejar al lector medio de cualquier modelo de comprensión que sirva para orientar la lectura.
Esta perspectiva aristocrática se expresa en las estancias y en la hermenéutica que se hace de los objetos, los libros y las imágenes que en ellas habitan. Agamben no parece haber tenido ningún estudio propio: los dos de Roma fueron cedidos en préstamo nada menos que por Ramón Gaya y Giorgio Manganelli. El situado en la rue Monsieur le Prince de París, fue heredado de Toni Negri. Todos y cada uno de los lugares de trabajo se presentan como territorios limpios, jerárquicos y espartanos. No miento al lector si le digo que cuando alguna vez me invitan a casa de algún amigo profesor, siempre espero el momento-ritual en el que a uno le muestran la librería o el despacho en el que se realiza la noble tarea de pensar. No hay cosa que me perturbe más –en aplicación del término de comparación- que un espacio ordenado en el que las ideas parecen fluir sin necesidad de consultar las obras o papeles de referencia sobre los que se apoyan.
El libro de Agamben comienza con curiosas imágenes del famoso seminario de Heidegger en la Provenza en 1966 y termina con una foto de Pasolini sobre la hierba dirigiendo al autor como Felipe el Apóstol en su Evangelio según san Mateo. Dicha disposición constituye una auténtica declaración de principios: superen esto si pueden. Entre medias uno puede encontrarse algunos recuerdos personales referidos a José Bergamín, Guy Debord, Francisco López, Jean – Luc Nancy, Giorgio Pasquali o Ígor Stravinski. Como en sus obras más intrincadas –pienso ahora en El Reino y la gloria, que fui incapaz de terminar- al filósofo italiano quizá quepa aplicarle aquél aforismo contenido en la Carta Séptima de Platón: “sobre las cosas que son verdaderamente importantes para mí […] no existe ni existirá jamás escrito mío alguno”. Me contaba un colega recientemente que Agamben no había logrado jubilarse como catedrático en Italia. No sé si será verdad, pero hasta cierto punto, lo encuentro lógico: ya no hay sitio para poetas en la Universidad.