Qué fueron los EREs
«Los ERE han sido un caso de corrupción, pero también el signo de un tiempo, casi una mentalidad que arrastraba y lastraba a Andalucía»
Asombra, pero tras años de crisis institucional (en casi todas las estructuras sociales, del fútbol a la monarquía, de los sindicatos a la universidad) aún no se aprende la lección, y la corrupción política tiende a ser menor o mayor corrupción en función de nuestra cercanía ideológica con aquel que defrauda. Cuesta desprendernos de nuestras afinidades a la hora de valorar los hechos, quizá porque nos da la sensación de que nosotros también hemos sido estafados o, peor, de que hemos contribuido con nuestras ideas a las acciones (en ninguna de las dos tesituras nos queremos ver). Con los ERE así ha sido, y mientras buena parte de sus votantes insisten en que son errores que ya pasaron, otra sociedad andaluza, tendente a partidos de derechas, insiste en que el mayor caso de corrupción casi ha pasado desapercibido. La clásica tergiversación cínica o victimista, según optemos por unos u otros, que favorece una tesis.
Pero nada de eso: no se trata de un simple error que ya pasara (sorprende el cinismo: lo que ahora es un error que ya pasó, hace diez años era un tema tabú) ni tampoco de un caso de corrupción del que apenas se haya hablado. Ahí están las condenas, a pesar de una investigación con demasiadas demoras y algún que otro error sustancial. E intereses partidistas, presiones políticas, injerencias. Hace quince años, cuando empezaba la trama de los ERE, nadie hubiese acertado con el pronóstico: el PSOE fuera del gobierno, sin apenas margen de poder, y sus dos principales líderes políticos condenados. Hablamos de unos nombres, y de otros tantos nombres (Antonio Fernández, Carmen Martínez Aguayo, Francisco Javier Guerrero), con una considerable influencia en la sociedad andaluza. Con una notable agenda de contactos que abarcaba amplias y distintas parcelas de esa sociedad andaluza. Sorprendería la buena relación de muchos políticos importantes del PSOE con otros importantes empresarios de derechas.
Esa es la clave que explica los ERE, tanto en lo social como en lo político. Más allá de la corrupción política o de la sentencia que ayer todos conocimos, lo importante de los ERE es cómo se desarrollaron. Cómo fue posible que políticos en el poder lograran burlar toda una administración pública. Cómo pudieron construir, durante tantos años, toda una trama de corrupción sistemática. Sin que nadie sospechara nada. Sin que nadie lo advirtiera. Es evidente que todo pudo ser posible porque los límites de esa corrupción iban más allá de la propia corrupción política. Porque el beneficio era repartido no sólo entre los suyos, entre los políticos del PSOE en el poder o sus más próximos, sino también entre aquellos que de algún modo u otro tenían acceso o cercanía a un poder, aunque fuesen de ideologías contrarias. Conservadores, empresarios, gente de derechas. Todos ganaban. Silencio cómplice. Y a seguir.
Los ERE han sido un caso de corrupción, pero también el signo de un tiempo, casi una mentalidad que arrastraba y lastraba a Andalucía. Los círculos cerrados, la endogamia, el trato preferente de los míos, el favor a quien me interesa, el clientelismo. Es ingenuo creer que los ERE son la causa de unos políticos malos que llegaron al poder y se aprovecharon de su posición para enriquecerse. Es ingenuo pensar que un caso de corrupción de este calibre no ha sido posible sin la connivencia de esa etiqueta fácil y engañosa que llamamos sociedad civil. De una parte, claro, de la sociedad civil. Tendremos que hablar de ese incómodo capítulo.