THE OBJECTIVE
Juan Milián

¿No te da vergüenza?

Toma un poco de distancia -y una manzanilla- y mira qué has dicho y hecho durante los últimos siete años. ¿No te da vergüenza?

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¿No te da vergüenza?

No te entiendo, amigo. Tienes estudios -licenciatura y máster-, viajas constantemente y trabajas en una empresa multinacional, pero en política usas como fuente de autoridad los tuits de Bea Talegón o Ramón Cotarelo. Tu sueldo triplica el de los vecinos de la avenida que cortas cada noche en esos improductivos alardes de exhibicionismo amarillo. Defiendes el monolingüismo excluyente en la escuela pública, pero llevas a tus hijos a la plurilingüe privada. Lo tienes todo, pero vas por la calle hecho un ovillo y farfullando no sé qué de unos presos políticos.

Nunca habías sido el más coherente del grupo, pero los síntomas de la disonancia cognitiva empezaron a agravarse en 2012. Dos años después de la sentencia del Tribunal Constitucional gritaste que hasta aquí habíamos llegado. No conocías ninguno de los pocos artículos del Estatuto de autonomía anulados o reinterpretados, pero aquella rezagada “voluntad del pueblo” te arrastró hacia la calle. Todo era posible y todo estaba por hacer. Era la hora de la independencia y, a pesar de las evidentes corruptelas del partido nacionalista en el poder, no tocaba, nunca tocaba, hablar de la honestidad y la gestión de sus líderes.

Te viniste arriba y asegurabas que la Unión Europea deseaba que Cataluña se convirtiera en estado miembro, porque aportaríamos tanto o más que Alemania. Además, somos carolingios y tal… pero no supremacistas. Al mismo tiempo enarbolabas el “Espanya ens roba” y te sabías de memoria cuántos euros se iban cada minuto, cada hora, cada día y cada año al resto de España y no volvían. ¿Cómo? ¿Querías ser solidario con el Este de Europa, pero no con el Sur de España? Nunca contestaste a esto.

Las instituciones comunitarias no dejaban de reiterar que una región que se separa de un estado miembro se convierte en un tercer estado y, por lo tanto, queda fuera de la Unión Europea. Sin embargo, asegurabas que tenías amigos muy bien conectados en Bruselas que te habían confesado que allí serían pragmáticos y que se saltarían los tratados igual que vosotros ibais a saltaros la Constitución. Eso sí que eran ensoñaciones que no tardarían en llevaros a la frustración y a la eurofobia.

Con todo, aún debían suceder innumerables jornadas históricas y jugadas maestras ideadas por políticos dotados de una astucia superior. Recuerdo el día que me asaltaste en medio de la calle gritando que ya no os conformabais con el federalismo, el pacto fiscal o una reforma constitucional. Que ahora lo querías todo. Ho volem tot! Independència, socialisme i països catalans. Mi respuesta fue demasiado irónica para los niveles de tolerancia que asegurabas tener. ¿No necesitabais ser seducidos con ofertas que colmaran vuestro narcisismo o falta de autoestima? El procés era cosa solemne -solemne tontería- y, por eso, la ironía era peligrosa. Lo tuyo era más bien el sarcasmo y el jijijajá de TV3. Humor barato.

La cosa fue evolucionando. Dejaste de hablar de los 16.000 millones de euros del supuesto déficit fiscal, pero no lo hiciste porque fuera una de las patrañas más evidentes del procés, sino porque la xenofobia fiscal no molaba en la Europa de los derechos. Ahora, sin embargo, vuelves a ella, porque, total, fuera de Cataluña solo os han apoyado los xenófobos y la izquierda más reaccionaria.

Asegurabas también que los bancos se pegarían por venir a una Cataluña independiente. Cuando se fueron junto con miles de empresas, acusaste al Rey de haberlos instigado a ello con insistentes llamadas telefónicas. No sé, parecía que te creyeras cualquier argumentario de los partidos independentistas o de las supuestas asociaciones civiles. Tanto monta. Además, estabas orgulloso de las excentricidades de Puigdemont y nos mandabas miles de whatsapp con sus supuestos logros, como el de su foto presumiendo de las cinco notificaciones del Tribunal Constitucional que iba a desobedecer. Te avisamos. Nadie está por encima de la ley, pero decías que ni inhabilitaciones, ni multas os pararían, porque la “ley española” ya no se aplicaría en Cataluña en cuestión de semanas. No sé quién de un digital subvencionado te había dicho que los reconocimientos internacionales estaban al caer. Y es que la independencia era imparable, aunque cinco años antes ya habías asegurado que estabais a un palmo de ella. Leías un libro de un tal Quim Torra titulado Els últims 100 metres.

Cuando te decíamos que esta locura ponía en riesgo el autogobierno y que debíamos preservar la convivencia, te reías. Te burlabas diciendo que estábamos “acollonits” porque ahora ibais en serio. Retuiteaste a Puigdemont asegurando los Estados Unidos y la Unión Europea reconocerían los resultados del referéndum ilegal. Tu entusiasmo te imposibilitaba ver tanto la realidad como nuestra preocupación.

Finalmente, disteis el golpe y la distancia entre las promesas y los resultados te llevó a cierta confusión durante unos días. Tantas energías invertidas en el procés, tantas ilusiones y bravuconadas, no podían acabar en nada y, menos aún, en el reconocimiento de un engaño. Después, cuando os trataron como adultos y tuvisteis que asumir las consecuencias de vuestras acciones, te pusiste a llorar. Exigiste empatía. La que nunca tuviste con la mayoría de los catalanes que no estábamos por la ruptura. Ahora resulta que todo era un farol, que solo querías diálogo.

Más tarde, al levantarse la aplicación del artículo 155, volviste a las andadas y aseguraste que volveríais a hacer aquello que hacía una semana decías que no habíais hecho. La disonancia cognitiva volvía más fuerte que nunca. Banalizas y justificas la violencia. Compartes una entrevista a un hijo de un cura y una monja que llama a morir por la independencia en huelgas de hambre. No perdonarás ni una merienda y lo sabes. Ahora también aseguras que la Unión Europea es fascista y que ya no quieres formar parte de ella. Es la fábula de la zorra y las uvas. También aseguras que Canadá no es una democracia plena y que está controlada por una extrema derecha que no permite la entrada de tu héroe Puigdemont.

En fin, sigues fastidiando a los obreros con tus performances en la Meridiana y tapando los “trapis” de vuestros líderes con el trapo de la estelada. Sigues actuando como un ludópata con el dinero público al justificar la dilapidación de millones en odio y mentiras. Toma un poco de distancia -y una manzanilla- y mira qué has dicho y hecho durante los últimos siete años. ¿No te da vergüenza?

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