Todos al altillo
Jesús Nieto Jurado publica ahora sus memorias, aún en la década de los treinta, pero si cuentan un cuarto mitad de lo que ha vivido, bienvenidas sean
Hay quien piensa que no existe, pero yo lo conocí una noche de invierno pálida, de luna entera, así que la leyenda no debe ser cierta. Esa madrugada apareció con una gorra de esas de los Yankees, y llevaba un mazo de folios en la faltriquera. Hace ya muchas vidas de aquello, ninguno de los dos habíamos publicado libro alguno, éramos jóvenes y creíamos, ilusos, en la literatura. De hecho, pidió una botella de whisky que pagué yo, y al calor del infiernillo soñábamos con los párrafos que nunca llegaron. Era un bar cercano al viaducto, allí donde se moría de hambre Cansinos Asens, y donde Max Estrella invitó a Don Latino de Hispalis a regenerarse con un vuelo (Valle lo escribía así, «Hispalis», llana acentualmente hablando, básicamente porque, a la manera del protagonista que nos ocupa, se pasaba las normas prosódicas por el forro). Todo cuadraba, muertos de hambre y románticos suicidas. Acabamos ideando una novela sobre una prostituta que fumaba Marlboro las quincenas en las que el negocio marchaba. Se cerró la noche sin saber todavía hoy cómo.
Asegura Raúl del Pozo que Nieto Jurado se nació en Madrid, como Galdós, aunque algunas crónicas apuntan a que su natalicio se celebra en Málaga, incluso en algún lugar de la Castilla profunda. A mí él, un día, me confesó que había nacido en Zaragoza, a la vera del Ebro, el caudaloso río íbero que sirve de único argumento vertebrador para España. A eso dedica ahora él la gran mayoría de su producción columnística: a buscar el rastro de sátiras entre Quevedo y Gómez de la Serna, entre las Coplas de Mingo Revulgo y su ídolo Umbral. La última vez que lo vi, repartían las copas antes de cerrar en una fiesta de Planeta. Le habían hecho la cobra dos del área de marketing y una poeta joven, pero había recogido material para dos o tres artículos costumbristas. Terminó la noche en un local de los bajos de Argüelles, allí le dije que si seguía imitando a Cela en los oídos de la gente iríamos todos al suelo. «Todos al altillo», me corrigió.
No descubrí su argucia hasta unos meses después. Resulta que Jesús Nieto Jurado publica ahora sus memorias, aún en la década de los treinta, pero si cuentan un cuarto mitad de lo que ha vivido, bienvenidas sean. Las ha titulado «El Altillo», en honor al cuchitril que le dio cobijo el día que llegó a la Villa y Corte, y entre cuyas paredes enlatado se imaginó rechazando el Nobel, o siendo el Sartre de alguna Simone en la facultad de Filosofía de la Complu, o muriendo dignamente de hambre bajo las fauces del histórico puente de los Franceses. Se las publica Chiado Editorial, en una edición oscura, política, poética, polémica. Yo no la he leído, pero he vivido una milésima parte. Créanme, merecerán la pena.