Los días de en medio
«Aunque nos empeñemos en dibujarlos con tonos grises, los días de en medio son todos aquellos días descoloridos que no tienen ni tiempo ni olvido»
Son los días que más detestamos. Si lográramos recolectar un manojo de este tipo de días, no podríamos encender hoguera alguna. Estos son los días que, como sugirió Hesíodo, no traen nada y carecen de augurio. Hay muchos que creen que son necesarios, aunque nunca sucede nada. Mientras otros siguen empeñados en pretender que ni tan siquiera son innecesarios. Los días de en medio son más de los que pensamos o de los que queremos recordar. Se escapan con contumacia de la memoria y apenas dejan huella en nuestros rostros. A lo largo de toda esta ristra de jornadas no pasa nada. Solamente se gastan y nos desgastan.
Estamos obligados a mantenerlos, a pesar de todo, en los calendarios. Aunque nos empeñemos en dibujarlos con tonos grises, los días de en medio son todos aquellos días descoloridos que no tienen ni tiempo ni olvido. No son aburridos, tampoco tristes o miserables, simplemente pasan de largo. Y los vivimos sin demasiada conciencia. Se alejan y no somos capaces de preguntarnos si realmente nos han dado o nos han quitado. Y ahí radica su principal condena.
La realidad se ha convertido en un país extraño del que no podemos escapar. Llevamos demasiado tiempo tachando este tipo de días del calendario político, aunque los chamanes de la comunicación partidista nos quieren vender otra historia. Hace unos años Álvaro Delgado Gal nos avisó de que estamos instalados en un trastiempo en el que todo se ha vuelto inclasificable y extravagante. Y comenzaremos el año donde lo dejamos: contando esos días de en medio que alimentan el trastiempo, sin saber bien hacia dónde nos encaminamos.