THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

“Eso es todo de lo mismo”

«No hay forma de evadirse cuando culminamos la aventura anual marcando con doce uvas cargadas de deseos sus doce últimos segundos»

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“Eso es todo de lo mismo”

Es un lugar común destacar la novedad y el cambio. Y es lógico que así sea, inmersos como estamos en una nueva revolución industrial y en una transición ecológica que va a trastocar muchas cosas que dábamos por seguras, si no por eternas. A diario leemos o escuchamos sobre vaticinios, nuevos artilugios y posibilidades, sobre cómo será el mundo en 2100, o si seguiremos existiendo unos siglos más tarde. Pero igual de sorprendente que las transformaciones, si no más, es lo perdurable, lo que nos acompaña sin hacer mucho caso a los avances, ajeno a promesas y desahucios prematuros.

Por supuesto, están aquellas cuestiones esenciales, como el miedo a la muerte y el sufrimiento, el dolor por la pérdida, el amor a los hijos o la búsqueda de un sentido a la existencia. Pero también otras más coyunturales, como las naciones, las patrias y las identidades políticas. En eso, hemos cambiado poco en estos siglos de cambio, y es improbable que el transhumanismo o la inteligencia artificial vayan alterar esa conversación de fondo que hemos mantenido con nosotros mismos a lo largo de la historia, y de la que la cultura es su testimonio esencial. Si así fuera y nos deshiciésemos de ese bagaje que nos constituye, esa sería ya, como decía Kipling, otra historia. Y no seríamos nosotros, aunque nuestra carcasa original –o parte de ella– siguiera deambulando por la Tierra y otras galaxias.

Durante estas Navidades, he leído con entusiasmo los Diarios (1999-2010) del escritor vasco Iñaki Uriarte, que su editorial, la riojana Pepitas de Calabaza, ha reunido en un solo tomo con un epílogo específico. Uriarte es un escritor sin obra, y es una pena, porque es fascinante su capacidad para observar y desbrozar de hojas secas la esencia de lo cotidiano, de ampliar la mirada y hacer materia literaria del mero hecho de levantarse a (no) trabajar o de ir a pasar unos días a Benidorm. Hay referencias a escritores que le han influido, especialmente Montaigne, pero también Kant o Borges, nombre que eligió para su gato. Un felino que le sirve a Uriarte como espejo ante el que reflexiona sobre el amor, la compasión o la soledad. Y también está aquello más terrenal, pero que también remite a lo inalterado en estas décadas: el debate territorial español, que Uriarte trata desde el prisma vasco de los últimos años de ETA y el ocaso de Ibarretxe. Todo ello con una aparente livianidad que hace tremendamente fácil entrar en estas páginas, pero muy difícil salir de ellas.

El cambio de año, además, nos fuerza a aguantar la mirada al paso del tiempo. No hay forma de evadirse cuando culminamos la aventura anual marcando con doce uvas cargadas de deseos sus doce últimos segundos. El paso del tiempo, que Uriarte consigna magistralmente escribiendo, entre otras cosas, que “nadie debería lamentarse de llevar una vida gris y sin grandes emociones. Que espere un poco. A partir de cierta edad todos llegamos al Far West”. Un lapso que nos hace más escépticos, y que hace anotar a Uriarte sobre su “duda actual de que jamás haya habido en el mundo ningún sabio, ni griego, ni chino, ni nada, como aquellos con los que todavía soy capaz de fantasear”.

Al leer estos Diarios, he recordado algo que me contaban de un veterano y querido mancebo de la farmacia de mi abuelo. Cuando alguna consulta de un enfermo sobre alguna dolencia le pillaba por sorpresa y mi abuelo no estaba cerca, salía con un eficaz: “Eso es todo de lo mismo”. Palabras que tranquilizaban a los enfermos, porque todos solían tener alguna cosa de fondo, de la que derivaba el resto de achaques menores. Estos maravillosos diarios apelan y hablan de ese “eso es todo de lo mismo” que estos días de balance está más a flor de piel, y que es lo que da sentido a lo demás, y no al revés. Feliz año.

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