MyTO

La página en negro

«Más que la escritura, la reescritura evidencia la inclinación del corazón hacia lo simple»

Opinión
  • Jesús Montiel (Granada, 1984) es autor de cinco poemarios que le han valido distintos reconocimientos, entre los que destaca Memoria del pájaro, Premio Hiperión 2016. Ha traducido Resucitar y Prisionero en la cuna, de Christian Bobin, al que considera su maestro. Ha publicado también un libro de aforismos, Silencio casi (Trea, 2020) y siete de narrativa: Notas a pie de instante (Esdrújula, 2018), Sucederá la flor (Pre-Textos, 2018), El amén de los árboles (Esdrújula, 2019), Señor de las periferias (Pre-Textos, 2019), Casa de tinta (Hiperión, 2019), Lo que no se ve (Pre-Textos, 2020) y La última rosa (Pre-Textos, 2021).

Uno borra en una página negra antes que escribe en una página en blanco. Me lo ha recordado por la mañana un texto de Alejandro Zambra, donde afirma que para él la página no esta vacía sino «enteramente escrita». Dice: «Escribir es como cuidar un bonsái». El escritor poda hasta «hacer visible una forma que estaba allí, agazapada». Afirma lo mismo Andrés Neuman, gran tachador: «Corregir una página es penetrar en la selva con un machete enano». Como Pierre Soulanges, que experimenta con el color negro hasta que el negro pronuncia la luz, el poeta trabaja la tinta hasta desescombrar el dibujo secreto de los filamentos blancos. Esta es la paradójica ocupación de quien escribe: abrirse camino entre el ruido para callarse. Ya lo advierte el rotulador al friccionar con la hoja del papel. El sonido que produce -ssshhh- suena a reproche.

Cada libro, entonces, es un fracaso. La nueva tentativa frustrada de quien desea surfear el silencio. Pero también un acto de fe que nos hace humildes. El escritor, como alguien que por más que cava no da con el tesoro, sigue palada tras palada, metido en un agujero profundísimo, ebrio de gozo y extenuado, en busca del mineral luminoso. Pues ve la mina en la montaña. Ese silencio subterráneo y parecido a un fósil, bajo el tonelaje de las palabras.

Más que la escritura, la reescritura evidencia la inclinación del corazón hacia lo simple. Un afán de silencio y de falta de embrollo. Es una ascesis, pues consiste en rascar hasta alcanzar el núcleo. Parafraseando al místico de Ávila, es un trayecto difícil hasta lo menos desde lo más, como la senda sufí o la hesicasta. La escritura, creo, es un regreso al niño que vivía sin el auxilio de la tinta. Anterior a la palabra. Es este niño quien vive debajo del negro. En los últimos meses me ha sorprendido lo poco que he escrito. Pero más sorprendente todavía me ha parecido que durante las semanas en las que apenas he escrito hayan sido suficientes. Me hayan convencido. He intuido que la escritura, con el paso del tiempo, puede acabar resultando inservible. Que no hace falta ni es necesaria para vivir si el espíritu sazona. Aunque redime y aclara, no es otra cosa que una muleta que, llegado el momento de la zancada, habrá finalizado su cometido.