Siempre nos quedará Chandler
«Sin lugar a duda el libro más destacado de este 2019 ha sido ‘El encargo’, de Xavier Melero; un encargo de quien fue abogado del exconsejero Joaquim Forn en el juicio del ‘procés'»
Sin lugar a duda el libro más destacado de este 2019 ha sido El encargo, de Xavier Melero; un encargo de quien fue abogado del exconsejero Joaquim Forn en el juicio del procés[contexto id=»381726″]. Lo he leído con el fin del año, de la década si se quiere, y su impacto ha sido considerable. No sólo por una prosa que ya quisieran para sí muchos de los que pasan por auténticos sonajeros de la cosa, sino por esa ironía con ribetes cínicos que higieniza la vida en sus tardes más frías e inhóspitas. Tampoco es baladí el hecho de asistir a un juicio (llamado histórico) desde una crónica chandleriana que se sitúa en las mismísimas entrañas de la sala (y sus antesalas) del Tribunal Supremo. En fin, recomiendo el libro, lo he regalado a personas inteligentes que se lo merecen y pienso mucho en él en estas jornadas de crispado y grotesco espectáculo político-mediático, pues ya son uno y lo mismo. Y porque uno está con Kaplan frente a los panglosianos, of course.
Parece improbable, una arcadia desmedida, que nuestra realidad nacional se mantenga, si no en unos cauces de razonable interés por el bien común y la convivencia amable, cuando menos en un mínimo cuidado de las formas que vaya más allá de camisetas vocingleras, gomina chulapona y ariscas sonrisas de hiena: no veo otra cosa en esos hemiciclos, que hoy más que nunca se han convertido en la barra brava de los ultras que parecen estar allí como quien desbrava sus frustraciones consuetudinarias en cualquier grada de estadio de fútbol.
Para muestra la imagen última de Puigdemont asumiendo el escaño de diputado en el Parlamento Europeo. Uno ya no sabe cómo tomarse el pitorreo de este señor a la fuga. También es cierto que muy bien no debe de haberlo hecho esa España inmaculada e incomprendida por sus furibundos odiadores cuando no paran de crecerle enanos por doquier. Tentados estamos de recordar el intratable país de cabreros aquel. Pero mejor lo dejamos aquí, no sea que nos tachen de hispanofóbicos y negacionistas del boato imperial perdido.