Pájaros de centro: más sobre Ciudadanos
«Nada está escrito: ni la desaparición ni el renacer. Pero las alas de los pájaros de centro aún son para volar»
Desconfíe de todo aquel que se jacte de saber por qué Ciudadanos se hundió en las pasadas elecciones. Una catástrofe digna de figurar en el Antiguo Testamento no tiene una explicación sencilla ni depende de una causa única. Sobre este particular, y en general sobre la posibilidad de un partido de centro en España, confieso que más que ideas claras, tengo ideas pesadas de cuya carga me gustaría aligerarme. Detesto la facundia con que los españoles exhortan a los partidos a hacer esto o aquello, a menudo de manera arbitraria y tornadiza. Esta tendencia se exacerba con Ciudadanos, partido del que se diría que no hay español, le vote o no, que no se haya ofrecido como coach en algún momento de los últimos años. Intentaré por lo menos que lo que sigue no venga marcado por el simplismo y que la ingenuidad no rebase ciertos límites.
(Programa vs. posición, o centrismo vs. centralidad). En contra de lo que se ha pregonado con insistencia, Cs no parece haber perdido el centrismo ideológico. Ni radicalizado ni derechizado. Liberalismo económico, bienestar eficiente, laicismo en las costumbres siguen siendo las coordenadas programáticas compartidas: lo esperable en un partido de centro liberal europeo. Pero si en 2019 el programa seguía siendo centrista, la posición, después del veto al PSOE, ya no era central. Porque no es lo mismo ser de centro, que estar en el centro. Lo perdido no fue el centrismo, sino la centralidad, echada a perder ya de forma definitiva cuando Cs se privó también de la posibilidad de pactar gobiernos regionales con el PSOE, incluso allí donde su electorado lo hubiera visto con buenos ojos. Con la centralidad, el partido perdió también su activo más valioso: la versatilidad. El problema no ha sido derechizarse, sino esterilizar la posición.
(La cuestión del veto). Se discute si el problema fue imponer o levantar el veto al PSOE. En mi humilde opinión, el famoso veto no explica demoscópicamente nada. Por decirlo con jerga de telecomunicaciones, el veto fue siempre ruido y nunca señal. En abril de 2019, Cs hubiera logrado un buen resultado con o sin el veto. Para muchos españoles, el partido se lo había ganado. El único mandato era ser útil. Como un cliente que confía en el prestigio del chef, se dio libertad para hacer el plato. Lo único que no era tolerable era que no le sirvieran la comida. El votante no ha castigado un supuesto giro a la derecha, sino la sensación de inutilidad.
(Escoge bien tus lemas y promesas). Otra manera de decirlo es que el principal error de Rivera fue desprenderse de su mejor lema («ni rojos ni azules») y quedarse con el peor lema de su rival («no es no»). Por lo demás, es singular que un partido sea castigado por cumplir lo que prometió; sólo cabe concluir que muchos votantes no querían que se les hiciera esa promesa.
(El PSOE tampoco quería). Es cierto, por otro lado, que Cs nunca ha rechazado una oferta del PSOE para formar gobierno. Esto vale para quien se duele como si no hubiera sido el partido socialista el primero en despreciar los 180 diputados que se sumaron en abril. Pero si en la opinión publica ha cuajado el marco «Cs declinó formar gobierno con el PSOE» –falso, por cuanto nunca recibió una oferta– es también resultado de una política comunicativa que optó voluntariamente por la clausura. Podríamos decir que Cs se autoinculpó ante la opinión pública de un delito que, si lo había cometido, había sido en cooperación con el PSOE.
(No digas bisagra, di palanca). Se despreció ser un partido bisagra. Nunca lo entendí. Para verlo mejor, hay que dejar de llamarlo bisagra, y empezar a llamarlo palanca. Con una palanca se pueden mover muchas cosas y llegar muy lejos. Incluso, a ser mayoritario un día.
(¿Qué es lo que quieren los votantes de Cs?) Diría que el retrato robot del votante de Cs se parece bastante a esto: una persona que no se ve a sí misma como conservadora o de derechas, pero al mismo tiempo se muestra incapaz de identificarse con el discurso de los partidos de izquierdas en España, a los que reprocha varias cosas, pero por encima de todas esta: su connivencia con el proyecto del nacionalismo disgregador contrario a la igualdad ciudadana en todas las partes del territorio donde este se presenta. Dejémoslo aquí.
(La hipótesis de un Ciudadanos de centro-izquierda). La idea parece buena, pero no funciona. De hecho, la hipótesis de un partido de izquierda antinacionalista ya quedó probada y falsada: UPyD, que, a pesar de su clara impronta socialdemócrata, no despegó. El problema no es que no exista el espacio, sino que en España no se cree que oponerse a los nacionalismos periféricos sea algo progresista. Ciudadanos podría haber llevado la nacionalización de la banca en su programa: su enérgica denuncia del secesionismo habría hecho que se le ubicara en la derecha de todos modos. Y si, en un nuevo empeño de la voluntad, se quisiera crear un nuevo partido de izquierda o centroizquierda antinacionalista, con toda probabilidad acabaría recorriendo el mismo camino que Cs: enfrentado a la izquierda oficialista por su complicidad con el nacionalismo y ubicado en el vasto campo de lo que en España se llama «la derecha».
También se puede decir así: ser de izquierdas hoy no tiene tanto que ver hoy con opciones de fondo, sobre las que el consenso es mayor de lo que se quiere hacer creer, como con participar de un juego de lenguaje en el que la palabra «España» no ocupa un lugar importante o genera rechazo (al contrario que «Galicia», «Euskadi» o «Catalunya»). Las muchas personas en nuestro país que se sienten genuinamente de izquierdas y para las cuales España sí es un valor están condenadas a vivir con la etiqueta de «derechista». Entiendo que haya quien prefiera combatir este estado de cosas, pero veo casi imposible que, en punto a esta cuestión, los dioses vayan a cambiar pronto. El anhelo periódicamente expresado de una izquierda jacobina que rescate la nave del Estado de su zozobra es una forma española de sebastianismo político.
(Recuperar la posición). Si el antinacionalismo no es reconocido como izquierdismo eso no significa que tenga que ser derechismo. Un centro sin apellidos está vacante y demandado. Como decíamos: liberalismo económico, bienestar eficiente, laicismo en la costumbres, reformas para regenerar las instituciones. Es un programa en el que el centroizquierda preocupado por la disgregación territorial deben poder refugiarse. Siempre que, además del programa, se recupere la posición; junto al centrismo, la centralidad: nunca más manos atadas para ofrecer pactos en beneficio del interés general. No se castigó tanto apoyarse en Vox como negarse a pactar también con el PSOE, traicionando así la vocación antisectaria del partido. El votante de Cs es pragmático y no le gustan los enroques, ni a un lado ni a otro: vétense políticas y contenidos, pero no las siglas. Ser de centro, en España, es poder pactar a izquierda y derecha: esa la única señal que hará que el mercado reconoce como de centro.
(Rivera) Albert Rivera fue el primer político catalán que se atrevió a discrepar abiertamente del paradigma pujolista. A base de coraje, abrió, en poca compañía, un boquete en la muralla del pensamiento único que controlaba férreamente al electorado catalán. Suyo será para siempre ese mérito. En mi opinión, el principal reproche que se le puede hacer es precisamente el de falta de ambición: sí, falta de ambición, porque una persona verdaderamente ambiciosa no deja pasar la oportunidad de ser vicepresidente cuando la tiene a mano. César o nada no es marca de ambición sino de sinrazón. Además, nunca se cumple. El propio Julio César tuvo su cursus honorum antes de llegar a la cima.
(Cuidado con las ideas fijas). Otro problema de la última fase del liderazgo de Rivera fueron las ideas fijas. Tener una idea fija es lo peor que le puede pasar a un político. Porque nunca se puede descartar que esa idea esté equivocada. Uno de los problemas de la política española es que proliferan las ideas fijas, a menudo incrustadas en la mente colectiva por un comentariado politológico de escuela positivista que cree que la política es una ciencia con axiomas, cuando en realidad es un arte, una sabiduría con principios abiertos a lo contingente y lo singular.
A menudo las rigideces adoptan la forma de una extrapolación abusiva. Un ejemplo: No se pueden hacer grandes coaliciones porque los extremos crecerán, que es lo que ha pasado en Alemania. ¿Pero y si en España fuera la ausencia de gran coalición lo que favorece los extremos? En el caso concreto de Cs, la idea fija que lo atenazó fue lo que podemos llamar el síndrome de Nick Clegg. Supuestamente, el caso del partido lib-deb en Reino Unido mostraba que no era posible ser socio menor de una coalición sin quedar engullido y desaparecer. Quizá. O quizá no. Porque nada tiene que ver el contexto británico con el español. Empezando por la disparidad de regímenes electorales, que hacía los casos incomparables.
(Baronías vs pretorianos). La última idea fija que divide a Cs tiene que ver con la organización del partido en vísperas de su inminente Congreso. Parece que los afiliados no deben poder elegir a sus líderes autonómicos porque entonces el partido se descompondría en «diecisiete PSC». No parece un argumento muy sólido. El PSC es un partido independiente, no una división territorial del PSOE. Además, el problema de «las baronías» sólo se presenta en el PSOE en punto a la cuestión territorial. ¿Y quién ingresa en Cs vacilando sobre esta cuestión? ¿Algún cargo regional ha dado señales de no creer en una España de ciudadanos libres e iguales o de no mantener una abroquelada oposición al nacionalismo identitario? No parece que haya riesgo de dispersión doctrinal en esta materia. En cambio, la imposibilidad de elegir a líderes autonómicos y locales puede desvitalizar las ramificaciones locales del proyecto, lo que resultaría letal en un partido necesitado de una mayor implantación territorial. Sin duda: un partido no necesita barones díscolos; pero sí una fuerte aristocracia capaz de servir a un proyecto común atrayendo electores y cuadros. El modelo de césar con pretorianos no es necesariamente mejor que el de baronías.
No debería ser imposible, por lo demás, y sin cruzarse insultos, pactar diseños intermedios de partido que mantengan a raya tanto el cesarismo como el desparramamiento feudal. Cuando se ha pedido a miembros del PSOE que desacaten consignas de la superioridad, lo lógico es proceder a un esquema de partido en el que la necesaria jerarquización de decisiones sea compatible con la consulta interna y donde el disenso sea el fermento de un mejor consenso.
(Aquí y ahora). La política entendida como una ciencia exacta genera otro pernicioso efecto en los líderes políticos: fundan sus decisiones en prognosis sobre escenarios futuros, como si fuera posible adivinar el curso de los acontecimientos. Cs pareció fiarse a la predicción de que los pactos con los nacionalistas y los escándalos de corrupción seguirían desgastando al PSOE y el PP, respectivamente. No había nada en la historia electoral española que avalara ese vaticinio. Así que en la nueva etapa no vendría mal recordar esto: son los gobernantes quienes deben mirar a largo plazo; los políticos, en cambio, se las han de componer con coyunturas irrepetibles ancladas en el aquí y ahora. Para Maquiavelo no había mayor virtud en un político que poseer el don de la ocasión: las oportunidades hay que aprovecharlas.
(Sumar o restar). Una de los dilemas plenamente afectados por el «aquí y ahora» es el relativo a la posibilidad de confluir con otras fuerzas constitucionalistas en territorios donde el constitucionalismo es débil y está hostigado. Lugares donde el eje unidad-separación resulta más apremiante que el eje izquierda-derecha. La respuesta ha de ser rotundamente sí a sumar. Porque es lo que, aquí y ahora, necesitan esos electores a los que competir por separado puede dejar sin representación o con menos de la que pueden tener. Sumar en lugares como País Vasco, Navarra o Cataluña, y competir en el resto, parece algo de sentido común y fácil de explicar a la ciudadanía.
(Arrimadas) Nadie duda de que Inés Arrimadas tiene trazas de líder. Ha demostrado talento, coraje y carisma en la plaza más difícil. Si llegará a ser quien puede ser, una gran líder, depende de ella. Y en todo tiempo y lugar, cuando ha aparecido un gran líder se le ha reconocido por esto: por su capacidad para unir facciones enfrentadas, galvanizar todas las fuerzas disponibles y aprovechar la potencia que brinda la unión. Comenzar una andadura aplastando una disidencia formada por personas que han demostrado valía y fe en el partido no parece una buena idea. Las cuestiones que ahora dividen a la cúpula de Cs dividen también a quienes estuvieron en la fundación del partido o llevan mucho tiempo en él; de modo que no se trata de competir en pedigrí o galones, sino de coser, reconciliar y sumar, haciendo un esfuerzo por entender el punto de vista de los otros.
(Ciudadanos y la ilusión). Hace unos meses escribí esto: «En último análisis, la circunstancia determinante para Ciudadanos es esta: no ocupar ningún lugar en el mercado electoral que no sea el de no ser un partido como los demás. Crece con la ilusión y pierde con el desencanto». Cs se convirtió en una alternativa formidable al bipartidismo cuando dio la impresión de ser un vehículo de cambio (y el encarnizamiento de algunas críticas de hoy parece guardar proporción con la ilusión de ayer). Fueron muchos los reformistas y profesionales de diverso ámbito que habían perdido la esperanza de que PSOE y PP hicieran alguna vez las reformas difíciles y necesarias los que subieron a bordo. Volver a ese punto debe ser el horizonte del partido. Cs, por lo demás, carece de un ecosistema mediático que lo proteja de sus resbalones. Uno de los errores de Rivera fue pensar que podía hacer adoptar a la opinión pública su marco respecto a Sánchez. El cielo se cubrió de bombarderos mediáticos que rociaron al partido con etiquetas. Sin instrumentos de percusión mediáticos, Cs solo puede aspirar a volver a atraer a esos prescriptores individuales que un día vieron en el partido un instrumento de reforma y regeneración.
(Cs partido necesario, no partido ideal). Cs tiene otro hándicap: la coquetería de parte de su electorado potencial. Porque, así como políticos, también hay electores que son versos sueltos. Este tipo de personas suelen ser la sal de la tierra y los mejores compañeros de mesa, pero también votantes muy severos y exigentes, que aspiran a un partido a medida. En el momento en que parece bascular un poquito más a la izquierda o un poquito más a la derecha de lo que querría (demasiado progre o demasiado facha) se enfada y lo hace saber. En este momento, Cs carece de voto identitario, de voto biográfico, de ese voto maternal que conoce tus faltas y carencias, pero sigue contigo, incluso a disgusto. No lo tiene al menos en el volumen suficiente para formar un suelo estable. Sucede que un partido político no es un traje a medida: siempre te tira un poco de la sisa o te queda algo corto de mangas. Nadie debe votar en contra de sus convicciones, pero un umbral demasiado bajo de tolerancia a la irremediable miseria de las cosas políticas derrota cualquier proyecto de acción política organizada. Cs y sus votantes deberán negociar donde poner ese umbral de exigencia: ni muy alto como para que la empresa quede falsificada, ni tan bajo como para caer víctima de un perfeccionismo que no se exigen otros. Eso, si Cs si quiere sobrevivir, y si los votantes quieren que haya un partido de centro, por imperfecto que sea. Porque Cs puede ser un partido necesario, pero nunca será un partido ideal, porque eso no existe, algo que todos deben saber. De hecho, podemos contar con que, como partido, tenga todos los defectos propios de los partidos.
(Pájaros de centro). La hipótesis de Cs se basaba en esta premisa: hay un número suficiente de personas en España que no encuentra acomodo en el paquete cerrado de opciones que le ofrecen los partidos identificados con la izquierda y la derecha. Yo creo que ese espacio existe, pero es tremendamente difícil de consolidar. Como se suele decir, los otros también juegan, y tienen un natural interés en taponar, con las no en exceso caballerosas artes que son propias de la política, la emergencia de un rival que solo puede crecer a su costa. Cs es hoy un pájaro de alas abatidas, por graves errores propios y también por circunstancias que no ha podido controlar. Nada está escrito: ni la desaparición ni el renacer. Pero las alas de los pájaros de centro aún son para volar. Los que creemos que los países solo prosperan cuando compactan su vida política en el centro así lo deseamos.