En la muerte de Kirk Douglas
«Quiero creer que lo clásico perdura y, por eso mismo, el cine de Kirk Douglas lo hará»
Tras la muerte de Kirk Douglas han empezado los llantos rituales por lo mal que está la juventud. Entiendo bien esos lamentos, porque nos hacemos viejos y nuestra mirada cambia forzosamente con el paso de los años. Nos gusta lo que conocemos y la familiaridad casi siempre nos la aporta la infancia y la juventud. De ahí la nostalgia por los ochenta y la mercancía EGB (hasta el punto de que la línea ideológica actual del PP parece un remedo de la Thatcher, la reaganomía y la doctrina moral de Juan Pablo II), a pesar de que ni los ochenta ni la EGB fueran especialmente memorables. Como yo era niño en aquella época, la recuerdo con una mezcla de curiosidad, tedio y esperanza. Recuerdo también aquellos rostros espectrales que nos llegaban como un rumor: quien más quien menos sabía del hermano de algún amigo destruido por las drogas o consumido por otras pasiones. Parecía que el viento se agitaba, pero en provincias lo que se movía era el dinero y no la cultura o la enseñanza. No recuerdo que, en ningún caso, supiéramos mucho de nada. Es cierto que TVE se esforzaba en emitir cine clásico a la hora de la siesta –supongo que debido a su bajo coste– y que los primeros anime nos forjaron un gusto estético más aniñado que gamberro. La música que sonaba en la radio era tan mala como la actual, o quizás peor por la falta de variedad. Por supuesto, leíamos mejor que los niños de ahora; pero ya no traducíamos a los autores griegos ni latinos, como sí habían hecho los del Bachillerato antiguo. Nuestra dieta lectora –a falta de bibliotecas– tenía mucho de herencia familiar –escasa la mayoría de las veces–, de lecturas obligatorias del colegio –y ya por entonces empezaba esa penosa moralina que impusieron colecciones como El Barco de Vapor– y de la oferta de los quioscos, donde los magníficos Don Miki y las aventuras de Marvel convivían con las portadas de Interviú, las noticias deportivas del Don Balón y la lujuriosa imaginación astrofísica de Erich von Däniken. Quiero decir que, al lado del Espartaco de Kirk Douglas, se encontraba siempre la última de Charles Bronson.
Cualquier tiempo pasado fue mejor porque era el nuestro; no hay mucho más. Teníamos más tiempo para aburrirnos y pasábamos muchas más horas en la calle, solos, sin la vigilancia estrecha de los adultos; y eso era maravilloso, claro está. Sin embargo, se trataba de una sociedad todavía muy ensimismada, que apenas empezaba a asomarse con ganas a Europa. Sí, nosotros sabíamos quiénes eran Kirk Douglas y Errol Flynn, habíamos visto las películas de Alfred Hitchcock y seguramente nuestra ortografía era mejor que la de los jóvenes de la ESO. Aunque si ellos ignoran quién fue Gorbachov o François Mitterrand, nosotros tampoco conocíamos a Adenauer. Cada generación se construye sobre una sucesión dolorosa de olvidos y de continuos redescubrimientos. Pero quiero creer que lo clásico perdura y, por eso mismo, el cine de Kirk Douglas lo hará.