La Europa rota que bailaba sobre sus muertos
«Hubo días en los que París amaneció sin periódicos. Grandes huelgas frenaban su publicación. Eran los primeros de 1920. Y las montañas de basura, apenas digeridas por la nieve, desfiguraban por completo las calles»
Hubo días en los que París amaneció sin periódicos. Grandes huelgas frenaban su publicación. Eran los primeros de 1920. Y las montañas de basura, apenas digeridas por la nieve, desfiguraban por completo las calles. Faltaba leche, faltaba carbón. Faltaba de todo. Así era el crudo invierno en aquellos años d’entre guerres en la capital francesa, así como en el resto de ciudades reducidas a sangre y a cenizas tras la primera gran guerra que comenzó con un disparo en Sarajevo. Así se vivía la entrada a los ‘locos años veinte’ en un continente roto, pacificado, pero roto.
En un largo viaje, que no era otra cosa que su vuelta a Viena y a Polonia desde Madrid, Sofía Casanova (la primera española corresponsal permanente en el extranjero) llegaba a París y la encontraba en las condiciones que se describen en el párrafo anterior. La gran cronista gallega, para entonces, ya había pasado varios años viviendo (y contando) como testigo directo los horrores de la incivil revolución rusa que había dejado millones de muertos, así como los de la primera gran guerra que significó el final de cuatro imperios. Pero también había visto con sus propios ojos, como periodista y como voluntaria de la Cruz Roja en Varsovia, que la Europa resultante del Tratado de Versalles no era tan pacífica y había quedado más rota que nunca. Y eso lo cuenta en ‘Por la Europa de la paz’: una dura carta publicada en el diario ABC el 1 de enero de 1920.
Con ese crudo relato, Casanova sentenciaba (como una premonición) que la Europa herida y amputada, la que seguía lamiéndose las heridas de una guerra de dimensiones que jamás imaginó, quedaría condenada a una versión 2.0. Pero, sobre todo, dejaba claro que quienes habían apostado por romperla se habían equivocado terriblemente, pues, a partir de entonces, romper a Europa significaría, inevitablemente, romper al mundo.
“La Europa del armisticio que atravesé hace unos meses camino de España, pocas esperanzas dejaba de un porvenir mejor… La Europa de la paz, que acabo de atravesar de vuelta a la zona norteña es viva demostración de que la guerra no ha remediado ni las injusticias ni los males del mundo, sino que los ha agravado con una profunda descomposición de todos los países…”.
Con esa fría descripción, estimado lector, quien escribe estas líneas, recordará cómo arrancó esta década a la que muchos ya llaman ‘los nuevos años veinte’. Sí, leyendo cómo una de las mejores plumas de aquella época describía a la Europa pacificada con guerras, con muertos. ¿Cómo llegué a ella?…
Resulta que la mañana del 1 de enero (de este 2020), ansioso por saber cómo había amanecido el mundo en la nueva década, di con el siguiente titular en la sección internacional de La Vanguardia: “Putin provoca a Polonia al acusarla de haber pactado con Adolf Hitler”. Sí, las palabras “Polonia”, “Hitler”, “Rusia (encarnada en su supremo líder)” en una misma oración. ¿Y la foto? El histórico portal polaco con “Arbeit macht frei” (el trabajo libera). Insisto, ese fue el primer titular que leí en 2020.
Si así despertaba el mundo en la tercera década del siglo 21, ¿cómo lo había hecho cien años antes? Seguí navegando por la hemeroteca del prestigioso rotativo barcelonés y encontré que en la primera edición de 1920 (que vio la luz hasta el día 30 de enero, pues una huelga había suspendido su publicación desde noviembre de 1919), en la sección ‘Del extranjero’, aparecía: “Los bolcheviques preparan una ofensiva contra Polonia”.
Y en el ejemplar del día siguiente: “El plan Trotzki contra Polonia”.
Sí, igual que en 2020, “Polonia” y “Rusia” en los titulares. En ese entonces, condenadas a ser tragadas por el hielo y las cenizas.
Continué con mi búsqueda y llegué al ABC. Pues claro, ¿quién podría describir mejor cómo había amanecido Europa el primer día de 1920? Sin duda, Doña Sofía Casanova. Y fue entonces que di con ‘Por la Europa de la paz’, publicada un día como ese, pero exactamente cien años antes.
“Desde nuestra riente España, donde un puñado de egoístas se hacen millonarios, nadie se da cuenta del estado del mundo… Cada etapa de este largo camino –hágase de Sur a Norte, de Oriente a Occidente– afirma nuestra convicción de que el roto equilibrio prolongará indefinidamente la distancia universal… En Inglaterra, sin embargo, latente está el revolucionario instinto de las masas… Italia, exhausta, descontenta, siéntese moralmente acaudillada por el poeta belicoso…”.
También rezaba aquella carta/crónica. La leo y me pregunto, ¿es 1920 o 2020? A simple vista es difícil responder, pues cuesta creer que, a día de hoy, alguien considere que rompiendo a Europa con el Brexit, o con el procès, o provocando a Polonia, verá tiempos mejores. Parece como si los insensatos que trabajan, día sí y día también, para amputarla, para partirla de nuevo en viejas piezas que aún no han terminado de cicatrizar, sólo anhelasen vivir en aquella otra Europa de los ‘locos años veinte’. Sí, la que se embriagaba hasta la médula y se enfebrecía en la nocturnidad y el cabaret; la que llevaba el pelo a lo Peaky Blinders, la que fumaba cigarrillos para complementar su atrevido corte a la garçon, la que había decidido romper con todos los cánones sociales.
En pocas palabras, la que prefería bailar un swing sobre los muertos que no había terminado de contar.