Creed en mis obras
«Frenar el contagio masivo supondrá daños económicos profundos; tal vez de corta duración, pero sin duda de gran intensidad – una ciclogénesis explosiva que amenaza la solidez de los mercados»
“Si no creéis en mí, creed en mis obras”. La cita evangélica no es literal, pero ese sería su sentido; la gramática debe conjugar con la praxis, las palabras con el ejemplo. Pensemos, sin embargo, en las disonancias y juzguemos lo que indican: el mensaje que lanzan los gobiernos sobre el coronavirus[contexto id=»460724″] –una probable pandemia– resulta mayormente tranquilizador. Se trataría de una especie de gripe más o menos intensa, con una tasa de mortalidad muy controlada –poco más del 2%–, que se ceba sobre todo en personas de mayores de setenta años con algún tipo de patología previa. En cambio, si analizamos las medidas que adoptan estos mismos gobiernos, la realidad que emerge es otra muy distinta. ¿Cerrar los colegios en Japón durante cinco semanas con algo más de ochocientos infectados? ¿Prohibir en Suiza los eventos públicos que reúnan a más de mil personas? ¿Tapiar en China fincas de pisos y comunidades enteras de vecinos? Son decisiones inauditas, inexplicables. “Si no creéis en mí, creed en mis obras”, leemos en el Evangelio de san Juan que es como decir: “prestad más atención a los hechos que a las palabras”. No es mala idea aplicarse a esta labor. Y desconfiar de las palabras huecas.
Hay una cifra, en concreto, que ilumina la angustia de los gobiernos: el 18/20% de pacientes graves por coronavirus que, en China, han requerido de ingreso hospitalario al desarrollar en el curso de la enfermedad algún tipo de complicación severa; una neumonía, por ejemplo. Son magnitudes que, de confirmarse a nivel global, pondrían de rodillas cualquier sistema de salud. Si en España –de acuerdo con los datos oficiales– hubo el año pasado cerca de seiscientos mil casos de gripe, un 18 % de infectados graves llevaría al colapso a los hospitales del país. En Estados Unidos, 35 millones de infectados por gripe en 2018 según los datos oficiales de la CDC: hagan ustedes los números. De ahí las medidas de contención tan extraordinarias que pretenden reducir al máximo el número de contagios y controlar en lo posible el flujo de infecciones mientras se gana tiempo. El necesario para conocer mejor la enfermedad –quizás no tan letal, quizás no tan contagiosa–, avanzar en los tratamientos farmacológicos y en una eventual vacuna, y confiar -¿por qué no?- en los efectos taumatúrgicos del calor veraniego, esa última baza.
No llegaremos a ese escenario. No habrá cientos de miles de infectados. Al menos este primer invierno. Sin embargo, frenar el contagio masivo supondrá daños económicos profundos; tal vez de corta duración, pero sin duda de gran intensidad – una ciclogénesis explosiva que amenaza la solidez de los mercados. De confirmarse, cabe prever una intervención coordinada de los bancos centrales. ¿Será tan efectiva como lo fue en 2008-2011? Suceda lo que suceda, el mundo ha cambiado estas semanas. La globalización también. Y esto es sólo el principio.