Es una mesa
«No habrá soluciones rápidas porque en la Mesa de Diálogo no se sientan magos sino políticos cuyo margen de maniobra es limitado»
Estamos aquí. Tal vez sin esperanza, pero sí con algo de convencimiento y ese algo, aunque sea un algo muy escéptico, ya es mucho cuando el lugar de donde veníamos era incluso menos que la nada. Hace una semana, en virtud del acuerdo para la investidura de Pedro Sánchez que suscribieron el PSOE, el PSC y ERC, se constituyó la Mesa de Diálogo. Desde antes de su arranque la Mesa ya fue asediada por los extremos, y lo seguirá siendo, y su frágil consolidación no dejará de ser cuestionada por parte de una parte de las que integran el canal de diálogo que se ha abierto. Estamos aquí también.
Pero la Mesa se constituyó ya a pesar de quienes preferirían que no existiese, y, hoy por hoy, su mera existencia implica como mínimo la voluntad de explorar un cambio. Durante el pasado lustro el conflicto político solo fue abordado por los respectivos Gobiernos usando, a efectos prácticos, dos estrategias por la que siguen apostando algunos de los espectadores implicados: la judicialización y la confrontación. Dicha estrategia, que alejaba la crisis de su ámbito natural (el ejecutivo, el parlamentario), no solo no revirtió un conflicto que se iba profundizando con el paso de un tiempo muerto sino que, por el contrario, lo fue enconando al hacerlo pivotar entre la calle y los tribunales en una dinámica que ha sido de suma cero. La cronificación de esa dinámica, en realidad, hace imposible plantear salidas al conflicto a corto y medio plazo. No habrá soluciones rápidas porque en la Mesa de Diálogo no se sientan magos sino políticos cuyo margen de maniobra es limitado. Pero no sentarse ni hacer nada para seguir como estamos solo conseguiría que fuera en aumento la peor crisis constitucional que ha sufrido el Estado refundado en 1978.
El cambio que se visualizó en el Palacio de La Moncloa es, por ahora, un ensayo voluntarista: la demostración gubernamental de que existe la intención formal de canalizar institucionalmente un conflicto que sigue consumiendo demasiada energía de todos los poderes del Estado —incluyo, por supuesto, a la Generalitat— sin que ninguno de ellos haya salido reforzado sino más bien al contrario. La existencia de dicha voluntad para muchos es poquísimo. Para muchos es demasiado. Pero para todos, guste más o guste menos, promete un escenario alternativo donde el diálogo va a naturalizarse para que a partir de un momento determinado, si nadie ha logrado quebrar la Mesa, una negociación sea posible.