THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

Cómo hacer tu vida más noble aun en cuarentena

«En realidad, tras esta actitud de ‘no critiques todavía, ahora no’ se agazapa, apenas camuflada, la nostalgia de sentirse protegidos por un papá Estado bondadoso en momentos de tanta desazón»

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Cómo hacer tu vida más noble aun en cuarentena

El impulso para hacer tu vida mejor, más hermosa, puede brotar a veces de una, a veces de otra fuente. Para Rilke surgió de la contemplación de un magnífico torso de Apolo arcaico. Le inspiró una certeza al final del poema que le dedicaría: “Debes cambiar tu vida”. Para Hannah Arendt, el acicate provino de una experiencia menos bella: de vuelta en tierras germanas, recién derrotado Hitler, comprobaría espantada cómo muchos de sus paisanos seguían negando sencillas verdades sobre el horror nazi. Fue entonces cuando comprendió que no deseaba pasar el resto de su vida discutiendo extravagancias, como si acaso no habría sido Polonia la que había invadido Alemania. Fue entonces cuando entendió que la aislaba de sus antiguos compatriotas el mismo abismo que se abre entre la decencia y mentir.

Probablemente estos días de confinamiento no parezcan ricos en estímulos ni para el bien, ni para el mal. Pero se trata de una impresión errónea: tenemos ante nosotros un enorme elefante. Uno que camina desmandado por nuestras calles y nos obliga a refugiarnos. Tenemos ante nosotros la pandemia.

Todos los grandes acontecimientos de la historia han terminado por hacernos mejores o peores. El 11 de septiembre, con todo su horror, acabó fomentando entre los estadounidenses el civismo; el 11 de marzo, entre nosotros, la discordia. Esta primera gran peste del siglo XXI, hasta no volvernos inmunes, tampoco nos dejará inmutables. Pero a ti atañe, amigo lector, calibrar el modo y la medida en que saldrás de ella transformado. Como decía Walter Benjamin glosando el poema de Rilke: se alza ante ti, como si fuese un valioso bloque de mármol, tu vida; está en tus manos que reciba este, ese o aquel otro cincelado.

Un tópico habitual en la literatura moral antigua es imaginar a Hércules en una bifurcación de su camino. El héroe debe entonces decidir si tomará el sendero de los buenos (a él le invita una dama, llamada Virtud) o si preferirá el de los malvados (hacia este le tienta otra mujer, Voluptas). Tengo para mí que ahora nos topamos sin embargo ante una encrucijada aún más enrevesada: no son dos, sino tres, las sendas que se abren frente a nosotros. Para acabar de enredar las cosas, nada menos que un par de ellas nos extraviarían; solo la tercera guardaría nuestro rumbo. Y no es solo una mujer voluptuosa la que nos incita a descarriarnos: es todo un tropel de periodistas, políticos y activistas. Empezaré describiendo las dos salidas erradas.

En primer lugar, se erige ante nosotros la ruta negacionista. Es con la que el Gobierno de la nación, y gran parte del establishment mediático, trata de seducirte. Según ellos, nadie podía prever lo que está ocurriendo (aunque baste una somera búsqueda en internet para constatar su mentira). Según ellos, el Ejecutivo simplemente acató lo que le decían unos expertos neutrales (esto de nuevo es falso: numerosos expertos sí le alertaron ya en enero de lo que se venía; bien es verdad que entre ellos no se encontraba Fernando Simón, que solo le dijo al Gobierno lo que este deseaba oír). Según los negacionistas, no se podría haber hecho nada antes del 9 de marzo en aras de contener la enfermedad (esto es un disparate: podrían haberse comprado respiradores, mascarillas, tests, podrían haberse montado ucis; tras China e Italia sabíamos de sobra qué íbamos a necesitar). Además, según los negacionistas, si acaso el Gobierno tiene alguna culpa, ¿no la comparten acaso todos cuantos, hasta el pasado 9 de marzo, hicieron vida normal? (Como si tu abuelo, que el sábado anterior se acercó a ver a la Ponferradina tuviera que ser un experto en epidemiología. Como si la señora que aquel domingo se fue al teatro tuviera que mantener contacto constante con la OMS, esa que sí lo estaba con Pedro Sánchez y le alertó en contra de las manifestaciones que él incitó).

Esta versión negacionista nos muestra a un Gobierno de España inocente, incluso benévolo, que solo actuó siempre en el momento oportuno, aunque curiosamente se le hayan anticipado en casi cualquier medida sensata las comunidades autónomas (fue la Comunidad de Madrid la que empezó cerrando colegios o residencias de ancianos; fue también ella la primera que descartó las peluquerías como algo de primera necesidad). No negaremos que esa imagen de un Ejecutivo limpio y sagaz constituye una idea reconfortante: ¡es tan lindo tener fe en que nos dirigen unos gobernantes sabios y benéficos! ¿Qué son un par de datos contradictorios con esta fe a cambio de tanto agrado? Este camino, pues, te incita no solo a que cierres los ojos ante la realidad, sino a arrellanarte en tu sillón. Solo deberás levantar tu dedo admonitorio ante quien ose cuestionar este relato: ¡pájaros de mal agüero!, grúñeles, ¿a quién se le ocurre ahora exigir cosas antiguas y desasosegantes, como verdad o responsabilidad?

Ahora bien, ten cuidado. Porque si emprendes esta senda, saldrás de esta cuarentena más mendaz, menos consciente de la realidad, más sumiso al Gobierno, menos tolerante con quienes sí recuerdan los hechos. No la tomes: te hará una persona peor.

La segunda ruta que puedes adoptar durante este confinamiento se asemeja a la primera en el último rasgo mentado: busca acallar toda crítica hacia nuestros gobernantes. Eso sí, en este caso te dará una excusa nueva para ello: “¡no es el momento aún!”. Una ventaja de esta senda es que no obliga a que te trepanes todos esos recuerdos aún demasiado vívidos y cercanos. Es decir, podrás mirar cara a cara la evidencia de que Pedro Sánchez y sus ministros lo han hecho mal, mortíferamente mal. Ahora bien, aunque tu vicio al adoptar esta vía no será la mentira, sí lo serán otros: la cobardía, la mansurronería, la pusilanimidad.

Puedes reconocer que esos son los defectos que en ti cultivas porque no existen motivos loables para asumir tal docilidad. No es verdad que un simple tuit tuyo deplorando a Pedro Sánchez vaya a dejarnos sin gobierno “en este momento tan importante para todos”. Tampoco lo es que la libertad de expresión haya de limitarse si criticas al Gobierno: ¡se inventó justo para eso! Esa libertad no es un lujo para tardes ociosas, sino la raíz de tu dignidad. Y más ridículo aún es suponer que, ahora que tanto tiempo libre tenemos todos en casa, si reprochas algo a quienes mandan “estés entorpeciendo la solución”. Como mucho, entorpeces la futura reelección de estos incompetentes; pero mientras criticas puedes perfectamente estar cosiendo mascarillas o lavándote las manos, que es lo más destructivo contra el virus que ahora te cabe hacer. 

En realidad, tras esta actitud de “no critiques todavía, ahora no” se agazapa, apenas camuflada, la nostalgia de sentirse protegidos por un papá Estado bondadoso en momentos de tanta desazón. Pero el Gobierno no es tu papá. El Gobierno es Pedro Sánchez. El Gobierno no es tu mamá. El Gobierno es un filósofo al que pusieron de ministro de Sanidad porque es una cartera apenas sin competencias, porque tocaba como cuota catalana y porque “total, Salvador, si ahí nunca pasa nada y nada va a pasar”.

Quienes mandan, además, están aprovechando tu silencio para difundir otros relatos. Como: “la culpa de todo lo que está pasando son los recortes del PP”. “La culpa es de la privatización de la Sanidad”. “La culpa es del rey emérito y la monarquía”. “La culpa fue del chachachá”. Calla tú y solo a los falaces se oirá.

Si eres noble y rechazas, por tanto, esta segunda senda acomodaticia, solo te resta la más dura de todas. La vía de la verdad. La que te obliga a reconocer, y reconocerte, que justo cuando más necesidad sientes de él, estás ante un Gobierno falsario e incompetente. Un Gobierno al que siempre preocupó más su propaganda que tu salud. ¿Cómo fiarte de él ahora? No lo hagas; asume con valentía que vienen tiempos duros y que de ellos nadie te salvará. Mira los muertos, los ancianos a los que se deja morir sin tratamiento; mira a esos parientes o amigos a los que temes perder. ¿Merecen tu engaño? No, merecen que aproveches este dolor para mejorar.

Es ese el tercer sendero que tienes ante ti. No lo temas. Cierto es que, si lo recorres, probablemente perderás amigos demasiado volubles como para rehusar el pastoreo que les presta este Gobierno. No te importe: por esta calzada harás otros nuevos. Cierto es que te verás a ti mismo siendo mucho más contundente que nunca. No te desconcierte: el momento lo requiere.

Y, en los días más duros, cuando las paredes de la casa se te caigan encima y añores las caricias que quedaron fuera, deléitate pensando esto: que solo porque tomaste esta tercera senda acabarás este encierro hecho mejor persona que a su inicio. Duro con los poderosos; sediento de justicia en favor de los sufrientes. Tajante con los mentirosos; compañero de los que miran, incluso ante un espejo, siempre a los ojos. Llegará el día del triunfo y será tuya la mejor de las guirnaldas: la del que se venció a sí mismo. Será tuya la mejor de las coronas: la del que logró combatir a los viles sin envilecerse. Y entonces podrás festejar.

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