Como el perro vuelve a su vómito
«España sigue siendo un país franquista en un sentido muy concreto: te puede ir bastante bien siempre que no te metas en política»
Antes de sentarme a escribir este artículo veo las cifras del paro. Es un “desplome sin precedentes”, dice la prensa. Por supuesto, la peor parte va para los trabajadores temporales. Son el 89% de los que han perdido el empleo. Es difícil y a la vez banal explicar la desazón que me produce vernos otra vez en la situación de 2008, después de 12 años de reformismos, ilusiones, griterío y basura. A la vez, parece apropiado que un sistema de partidos emergido de las múltiples crisis post-burbuja vaya a ser azotado por otra crisis que “nadie vio venir”. Y que una década que se abrió con tantísima chatarra sobre transparencia e hiperdemocracia se cierre con el gobierno más opaco y arbitrario de la democracia española.
Los años entre 2011 y 2020 deberían haber servido, si no para hacer reformas concretas, al menos para generar un espacio de opinión pública descontaminado, funcional, plural, capaz de alertar sobre las amenazas como no había sucedido en el anterior estallido. No fue así, ya no será esta vez. Hemos ido a peor seguramente, y seguiremos chapoteando en este negocio viscoso del entretenimiento y la picota, con las consecuencias que están a la vista. De momento ya van 15 milloncejos del BOE destinados a que los múltiples tiovivos sigan girando. Luego vendrá lo que haga falta, porque este ecosistema comunicativo no es apoyo de un régimen, sino el régimen mismo. No hay otro gobierno ni otra historia que los que nos cuentan. Faltarán antes la comida y la electricidad que un rostro simpático en la tele diciendo lo que le convenga al que paga.
Un topos inevitable en nuestra izquierda es la concepción de España como una nación, si no fallida, a medio cocer. Un espantajo feudal en manos de unas élites reaccionarias que, siguiendo la estela de Pierre Vilar, son incapaz congénitamente de alumbrar verdadero progreso. No hay por tanto más futuro que el de los pueblos de España y sus élites nacionales. Pues bien, hay que darle la razón a esta lectura de marxismo vulgarísimo al menos en una cosa: Cataluña y el País Vasco mostraban efectivamente en estos años pasados el porvenir de España. Ya no sólo son los mismos groseros mecanismos de exclusión, ridículo del discrepante y manipulación, sino que el dinero empieza a ir a los mismos bolsillos.
También es cierto, como dicen, que España sigue siendo un país franquista en un sentido muy concreto: te puede ir bastante bien siempre que no te metas en política. En este país se vivía bien, al menos hasta ahora, si no levantabas la voz. Si vas a las manifestaciones que convoca el gobierno te puedes encontrar a la UGT, a Ana Botín, al Padre Ángel y al sindicato de poetas anarquistas, y todos cantan lo mismo y llevan los mismos colores. España entera va camino de ser un gigantesco Onze de setembre. Somos un sistema sin anticuerpos porque la única inmunidad a la que nos confiamos una y otra vez es la inmunidad de la grey.
Es verdad que, entre la confusión, algunas cosas sí van quedando claras. Por ejemplo, que no se puede criticar a los periodistas por repetir sin más lo que les cuenta el poder: por lo visto, ese es su trabajo. O que tampoco se puede censurar al gobierno en una verdadera crisis; lo que nos deja la alternativa de que haya que machacarlo sólo en cosas de poca monta o en crisis manufacturadas al efecto. La opinión pública sería una especie de sparring, por así decirlo.
También hemos descubierto que hay camarillas de opinadores que llevan años posando como si hubieran publicado la relatividad general o las ecuaciones de Maxwell pero que, a la hora de la verdad, han resultado menos útiles que el reloj parado de Iker Jiménez. Una legión de “escépticos” reenviando notas de prensa de la Moncloa no sirve de gran cosa, y está bien desenmascarar a los homeópatas o incluso reírse del señor que va a buscar al monstruo del lago Ness en bermudas; pero para meterse con el gobierno o con Telefónica hace falta más valor, en todos los sentidos. Igual basta y sobra con que haya algo remotamente parecido al pluralismo. Qué sé yo.
Recuerdo haber compartido con Daniel Capó, en los meses previos a esta crisis, un pensamiento cenizo: estamos viviendo muy por encima de las ideologías y los discursos que circulan por el país, y que se han hecho dominantes en estos diez años. En algún momento uno se enfrenta a la verdad de que vivir en una permanente Cruzada de los Niños tiene consecuencias.
En los días del 15M y las plazas, yo, que era más joven pero ya muy pedante, gustaba repetir aquella frase de Lacan a los revolucionarios del 68: Vous cherchez un maître et vous l’aurez. Bien, pues aquí está la realidad y por ahí asoma el amo. Espero que los que lo anhelaban lo disfruten.