Insulina para agitados
«Si a alguno le empiezan a fallar las reservas de autocontrol en la Tebaida de su confinamiento, y comienza a sentir una insuprimible exigencia de salir de su cuarto, que no lo dude y se administre esta insulina para agitados»
Se puede pensar a favor de la época o contra la época. Lo primero es indecoroso y garantía de no entender nada. Lo segundo, envilecedor sin ser garantía de acierto. Cabe una tercera vía: la de pensar la época, sin dejarse mecer por sus supersticiones ni tratar de derribar las paredes del siglo.»En tu lucha contra el mundo, ve con el mundo», dice un aforismo de Karl Kraus; pone las cosas en su justa medida: contra el mundo se lucha sabiendo que no hay casa de empeños que nos lo cambie.
A pensar su época, sin aspavientos, sin lisonjas, dedica Jorge Freire su último y premiado libro: Agitación. Sobre el mal de la impaciencia (Paginas de Espuma, 2020). El texto llega pintiparado para estos días de ascesis por decreto. Su tema es, precisamente, la agitación interior de hombres y mujeres modernos, el continuo sobreestímulo que corroe su carácter y les hace incapaces del sosiego que permite ganar la experiencia. A medio camino, dice su autor, entre el panfleto de ideas y la consolatio filosófica, a mí me sale llamarlo guía: a saber, el género literario en que sostiene María Zambrano más descuella el pensamiento español y cuyo propósito es encontrar la verdad en la vida. Si Maimónides, el autor de la más famosa de las guías, sostiene que «la ética es la medicina del alma», Freire concibe también la suya como un pharmakon curativo para combatir «la incesante manía», la dolencia que nos obliga a desearlo todo y al mismo tiempo, en busca perpetua de novedades. Filósofo de formación, y por lo mismo con el ojo entrenado en la permanencia de las cosas esenciales, Freire invita a desdeñar primicias: sabe que la actualidad tiene, por definición, un interés pasajero. Nihil novum sub sole, sí, pero eso no significa que no haya cosas maravillosas bajo el sol de las que ocuparse si se sabe estar a la escucha. Algo de lo cual será siempre incapaz el homo agitatus, atrapado en las arenas movedizas de un narcisismo insaciable. «Lo que hoy entendemos por felicidad no es sino la afirmación de nuestra subjetividad», resume Freire y sentimos que da en el clavo.
Escrito con humor, el libro se lee como un diccionario de psicopatologías contemporáneas. Su erudición no pesa y tiene entre sus atractivos una prosa muy personal. Ropavejero del idioma, Freire deja entre renglones voces fantásticas y vetustas que no merecen olvido. Tiene, además, un fino oído para detectar el síntoma que fosiliza en el lenguaje (sus análisis de expresiones como «ponerse las pilas», «darse el lujo», o la conversión de ciertos verbos transitivos en intransitivos –así, «disfrutar»– hubieran merecido la aprobación de un Ferlosio). En coherencia con su adulto planteamiento, el libro concluye sin ningún afán de originalidad: hay que cultivar nuestro jardín. Un obra, en suma, muy provechosa, de las que educan sin faltar ni abrumar. Si a alguno le empiezan a fallar las reservas de autocontrol en la Tebaida de su confinamiento, y comienza a sentir una insuprimible exigencia de salir de su cuarto, que no lo dude y se administre esta insulina para agitados.