Aún no hemos visto los escombros
«Aún no hemos visto los escombros. Solo ellos realmente deciden. En su profundidad está el fondo que hemos de tocar para reiniciar nuestro ascenso»
Dice el Antiguo Testamento que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere bajo el sol tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de volverlas a amontonar; tiempo de buscar, y tiempo de extraviar; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de guerra, y tiempo de paz…”. También esta pandemia[contexto id=»460724″] tiene sus tiempos y su hora.
Estamos, de momento, en un primer tiempo: el de la enfermedad. Un tiempo sin culpables claros, donde es fácil lograr consensos, los presidentes con pocas excepciones suben en las encuestas y los ciudadanos nos encerramos sin chistar. Hay comida en la despensa, los subsidios poco a poco llegan y el shock, por lo general, aguanta. Estamos en la hora de los epidemiólogos, las farmacéuticas y las ruedas de prensa del ministro de Sanidad. Pero la arena poco a poco se acaba. Y el reloj pronto girará.
Va a llegar un día, no muy lejano, cuando la rueda de prensa más importante será la de la ministra de Trabajo. Cuando, al ver los escombros de la centenaria recesión que nos aguarda, sentiremos finalmente los números. En el planeta, por cada muerto por coronavirus hay alrededor de 500 personas más en déficit calórico, 1.000 personas que perdieron su empleo y 2.000 hogares que volvieron a caer en la pobreza. Hoy, estos son solo pronósticos y cálculos ineludibles. Mañana serán rostros de portada de periódico.
Entonces las aguas doblarán su curso. Empezaremos a buscar culpables, reales o ficticios. Países, empresas y consensos entrarán en riesgo de quiebra. La gente saldrá, por hambre o por hartazgo, de su encierro a protestar. Las cacerolas enmudecerán los aplausos. Dudaremos de la certeza que antes definió el primer tiempo. Y no habrá presidente que se sienta afortunado de serlo.
La historia del coronavirus la definirá este segundo momento: el de la cura y la devastación. Sobrevivirlo implicará la reivindicación de varias cosas que ya antes de la pandemia venían perdiendo rating: el multilateralismo, la administración pública y el diálogo social. No está claro que saquemos las lecciones correctas. En tiempos tan volátiles, cualquiera puede triunfar.
Nos cuesta imaginarlo porque cada cosa bajo el sol tiene, efectivamente, su hora. Matar y curar, tejer y romper, destruir y edificar no son dos momentos que se miran ante un espejo. No son simples antónimos, sino eventos que se suceden. La conjetura de Eclesiastés es que la paz crea la guerra, y la guerra crea la paz. Nosotros, en cambio, parecemos creer que existe tal cosa como la normalidad por decreto. Que el reloj está positivamente en nuestras manos. Y que, así como le dimos a pausa, le podemos dar a play.
Pero aún no hemos visto los escombros. Solo ellos realmente deciden. En su profundidad está el fondo que hemos de tocar para reiniciar nuestro ascenso. Cuando salgamos del búnker, y finalmente los veamos, nos daremos cuenta de que nuestro reloj no marcaba la hora. Y que el mundo que nos espera no es el mismo que estamos esperando.