La bolsa, la vida o los expertos
«Si a estas alturas todavía no podemos entrar en faena sin que el sistema colapse, ¿para qué sirve el sistema?»
¿En qué momento se jodió el Perú y nosotros nos dejamos convencer de elegir entre la Sanidad y la Economía, entre la bolsa y la vida? A ver, cuando uno se casaba “por lo clásico”, qué decía? ¿No se comprometía acaso “en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza”? ¿Nos vamos a conformar con menos?
Vi el otro día en Internet un infame spot (lo llamo así porque era en inglés) en el que le preguntan a un supuesto ciudadano anónimo cuántas vidas estaría dispuesto a sacrificar, a dejarse entre las garras del Covid-19, a cambio de rescatar la economía cuanto antes. El hombre, tras mucho rascarse la cabeza, aventura una cifra como podía haber aventurado cualquier otra: ¿700? ¿70? Inmediatamente doblan la esquina, tachán, tachán…¡los 70 miembros de su extended family! Lágrimas del impío, quien casi cae de rodillas entre un festival de golpes de pecho mientras se desdice horrorizado “¡cero vidas a cambio de la economía, cero, cero!”…
Con el debido respeto: dan ganas de vomitar. Que unos gobernantes ineptos e imprevisores intenten disimular sus carencias pintando como un imposible lo que simplemente es su obligación no debería colar. No debería llamarnos a engaño. Por supuesto queremos que controlen la pandemia. Exigimos que salven vidas. Y que frenen el virus. Y además queremos our life back. Queremos de vuelta nuestra vida, nuestro dinero, la posibilidad de ganarnos el pan nuestro de cada día sin que nos llamen autónomos asesinos.
Lo decía el pasado fin de semana el admirable e insobornable filósofo Antonio Escohotado en una entrevista que le hacían en El Español: «Volver al trabajo es cuestión de vida o muerte y quien no se dé cuenta está en la extrema idiocia, en un grado de estupidez que sólo logran algunos gusanos del desierto de Kalahari». Ya bastante triste es tener que mantener con nuestros impuestos una cantidad desmedida de presidentes, vicepresidentes, ministros, asesores de ministros, amigos de asesores de ministros, redes clientelares que rugen como la marabunta, mientras nuestros ingresos menguan o directamente desaparecen, mientras de las “ayudas” prometidas en las ruedas de prensa de Moncloa a lo que de verdad se publica en el BOE va un trecho devastador, mientras hay cuotas que se aplazan pero no se condonan, y a quien de verdad le llegue algo, algún alivio, pues con suerte le alcanzará para pagarse un entierro de segunda y no de tercera…
No, no y mil veces no. No es verdad que las personas que quieren ir a trabajar y abrir su negocio quieran hacerlo pasando por encima del cadáver de nadie. Es un falso dilema, un silogismo atroz, una injuria política, una afrenta civil. Es una cortina de humo para esconder que primero nos hurtaron el gasto social acorde con los impuestos que pagamos, y ahora no nos dejan hacer nuestro trabajo para que no se note que ellos no saben hacer el suyo. Si a estas alturas todavía no podemos entrar en faena sin que el sistema colapse, ¿para qué sirve el sistema?
Tan bajo mínimos está la autoridad de nadie que no hay político que no se esconda detrás de la bata blanca de algún “experto”. A ver, para empezar, ¿qué es un “experto”? Si tan “expertos” son o eran, ¿por qué no lo han arreglado ya, por qué nos han dejado llegar a esta situación y, sobre todo, sobre todo: cómo no se ponen de acuerdo entre ellos? ¿Cómo puede ser que cada maestrillo tenga su librillo y cada gobiernillo sus expertos a la carta o, peor aún, en la penumbra?
Poniéndonos en lo peor: esta situación ha disparado las oportunidades de medro de los validos médicos, los Godoy con mascarilla, los Doctores House de cámara… Poniéndonos en lo mejor: el experto que sí que sabe, no siempre sabe qué decir. No digamos qué hacer. Porque nada es tan tajante, ni tan simple, ni admite una sola solución para siempre y a la primera…
Hay expertos que de repente dimiten, y una se asusta. Pero luego una se pone a pensar y se asusta más y más de que no hayan dimitido antes. Por ejemplo en Cataluña y en Madrid, donde sólo el tema de las residencias de mayores daba y da para haber dimitido siete veces.
¿Y si los mejores ya dimitieron sigilosamente hace tiempo, y si hace tiempo que vivimos una espantosa fuga de cerebros y de buena fe? ¿Y si estamos en las más feroces manos inexpertas? Atención, pregunta: ¿cuántas vidas, cuántas familias, cuántos negocios está usted dispuesto a sacrificar para hundir al partido político que más rabia le dé?