THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

La década populista

«Como nos hablaba Monedero del ‘régimen del 78’ en los circenses debates de la Sexta, ahora Abascal nos habla de ‘dictadura comunista'»

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La década populista

Uno de los efectos políticos de la recesión de 2008 fue la llegada de partidos cuya naturaleza política oscilaba entre el populismo iliberal y la propaganda antipolítica; es decir, partidos que surgen del desencanto de una sociedad que buscaba culpables de la crisis en lo que llamaron las élites extractivas. Recordamos conceptos como la casta, los de abajo contra los de arriba, las oligarquías, el que no, que no nos representan. La desafección social fue canalizada en plataformas -en principios sin líderes, asamblearias- como Democracia Real Ya o en las protestas del 15M. Durante años, estos movimientos se mantuvieron ajenos a la política institucional. Eran rasgos que caracterizaron estas manifestaciones (tan llenas de buenas intenciones como de ingenuidades): sin estructura definida, transversal, maniquea. Su análisis de la realidad fue una dicotomía infantil: los ciudadanos buenos y los políticos malos.

Pero llegó enero de 2014, y un grupo de politólogos vinculados al ámbito académico aprovecharon la coyuntura para promover la acción política. Nació Podemos. Con una buena, aunque favorable, estrategia de comunicación consiguieron entrar en esos despachos de los que desconfiaban. Primero organizaron marchas en torno a valores universales, como el de la dignidad; luego trataron de cuestionar la salud política de nuestra democracia, tras ese lema del “régimen del 78”; mientras, buscaron la manera de erosionar la convivencia y el ideal de la transición, que tanto les estorbaba para sus intereses. Errejón propuso que se tenían que escribir novelas sobre estas “nuevas ideas” (la literatura complaciente, megáfono de la propaganda política: un falangismo de vuelta). Podemos se hizo con los ayuntamientos gracias a sus marcas blancas: las candidaturas “ciudadanas”. Hasta hoy, ese partido ha olvidado algunas de sus estrategias, otras las ha corregido. Pero lo que sigue constante es el principio del populismo: agitar a la sociedad en contextos de crisis, para provecho político propio.

Es lo que ahora vemos en Vox[contexto id=»381728″] (similar reverso de aquellos politólogos idealistas). Como nos hablaba Monedero del “régimen del 78” en los circenses debates de la Sexta, ahora Abascal nos habla de “dictadura comunista”. Como Iglesias invitaba a sus seguidores a ocupar la calle en nombre de “la dignidad”, en Vox ahora nos dicen que lo hagamos en nombre de “la libertad” (se busca identificar un valor al signo político). Como Irene Montero nos insistía en la amenaza del patriarcado; Monasterio hace lo suyo con una idea muy personal de “la familia”, que también está amenazada. Si para aquellos hubo fantasmas del franquismo en cualquier habitación democrática, para estos la dictadura progre es el eje que todo lo vertebra.

El lenguaje contundente, la confrontación, la erosión de la convivencia pública. Todo en un tiempo de inquietud (de miedo) y de incertidumbre, en esta década que va de la Gran Recesión a la pandemia del covid-19[contexto id=»460724″]. Para el populismo, el coste de la estabilidad social es un riesgo más que asumible para llegar al poder. La sociedad que tanta atención merece en sus discursos no es más que el medio para hacerse con las instituciones públicas. Pero el desenlace será el de siempre: votantes que verán cómo sus líderes, más allá de la palabrería, procrastinan la ansiada revolución. Y seguirá el régimen del 78 o la dictadura progre. Donde siempre estuvo: en las cabezas de algunos, en la imaginación de tantos.

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