Las preferencias reveladas
«La gente siempre es más compleja que sus ideas, que decía Valéry
Llevo un tiempo diciendo medio en broma que somos parte de un gigantesco experimento natural. Bueno, qué va a ser broma. La cosa empezó con el gobierno más progresista de la historia gestionando durante año y medio unos presupuestos del PP y Ciudadanos. Como queríamos testarlo hasta sus últimas consecuencias, ahora han metido comunistas en el gobierno, y ahí vamos. Tampoco estuvo mal lo de “lo personal es político” y los escraches, que han pasado de herramienta democrática a fascismo el mismo día que cuatro mataos se han plantado delante de la casa de alguien del gobierno progresista. Ojo, que en EEUU sucede algo similar, y ahora que viene Biden ya no hace falta creer a todas las mujeres. Bueno, pues todo esto estaba entretenido, pero ahora ha llegado la parte más ambiciosa del experimento, el confinamiento.
Soy, si no cuento mal, el tercer universitario de mi familia, y he tenido con la universidad, como casi con todo, una relación espasmódica. Llegué a la facultad de filosofía de la Complutense a mediados de los noventa. Para el que no lo conozca, hay dos facultades casi gemelas separadas por unos jardines, Derecho y Filosofía. En una estaba el folklore de derechas, en la otra el de izquierdas. A mí me resultaba muy pesado aquello, no tanto por la filosofía como por el folklore. De mi breve paso por la facultad me quedaron el recuerdo de las copas de ginebra a 100 pelas en la cafetería (refresco aparte) y la correcta pronunciación de la palabra alemana “quelle”, que nos enseñó la señorita Wittenberg.
A mí la filosofía me parecía bien, pero es que siempre daba la sensación de venir con otras cosas de matute. Siempre había un trasfondo, no necesariamente explicitado ni justificado. Una forma de ser que se daba por supuesta. Una cierta obligatoriedad. También era raro que siempre acababa saliendo el panóptico de Bentham. Salía cuando estudiabas filosofía, pero al final podía aparecer en cualquier disciplina o ámbito de tu vida. Era como algo performativo, acababas viendo el panóptico desde cualquier parte; o él a ti, yo qué sé. ¿Escribías en un fanzine? El panóptico. ¿Te metías a estudiar políticas? El panóptico. ¿Te ibas a tomar unas cervezas? ¡El panóptico!
Yo recomiendo mucho leer a Foucault, sobre todo si eres de derechas: a la gente de izquierdas les hace cosas muy raras en la cabeza. Viene muy bien para reflexionar sobre la manera en que el poder se ejerce y se distribuye entre las personas, como una corriente que pasa por los cuerpos, a veces en un sentido, a veces en otro. Por supuesto, Foucault, como el panóptico, se usaba ante todo para tirárselo a la cabeza a otra gente. Vivimos en una sociedad disciplinaria, el complejo científico-técnico, el internamiento, la terapeutización… ya sabéis. Con estos mimbres se han escrito tesis doctorales, se han publicado libros y hasta se han fundado partidos políticos. Con cuatro ideítas de soniquete foucaultiano andan desde hace décadas algunos jetas copando departamentos universitarios, asociaciones educativas, sanitarias y asistenciales, y hasta algunas ramas de la administración. El decorado aguantaba porque nunca habíamos tenido que confrontar las ideítas con la realidad.
Y en esto llegó el confinamiento. Ordenado por el gobierno a instancias de, a ver si lo adivinan, el complejo técnico-científico. ¡El internamiento! ¡La terapeutización! ¡El biopoder desde los balcones! ¡Mascarillas hasta para ir a mear! Y, de repente, a los jetas se les ha olvidado el panóptico y Foucault les suena a lo más a colección de arte y ensayo en Filmin. Porque ahora mandan los suyos y no toca. Y joder si mandan. Ya hay hasta columnistas libertarios celebrando que nos mientan por nuestro bien.
Ah, la verdad. La verdad estaba muy de moda hace diez años. Las mentiras del 11M. Las verdades de Wikileaks. Etc. Tan de moda estaba que yo me planteé hacer una tesis doctoral sobre la “noble mentira” platónica. Luego me di cuenta de que hay formas mejores, al menos más descansadas, de perder diez años. No dejo de recordar una entrevista de aquellos días a Gianni Vattimo en la que, unas pocas líneas después de negar la existencia de la verdad, se quejaba de “todas esas horribles mentiras sobre Irak”.
Esto que les pasa a los jetas, en economía se llama “preferencias reveladas”. No reveladas de Revelación, sino reveladas en la acción frente al discurso. Yo creo que esta época debería llamarse Era de las Preferencias Reveladas. Lejos de la adolescente ética del zasca, descubrir las preferencias escamoteadas no sirve tanto para ridiculizar las opiniones de nadie -aunque admitamos que también- como para reconocer la irreductible complejidad del personal, y que quizás somos personas distintas cuando pensamos, cuando opinamos y cuando actuamos. La gente siempre es más compleja que sus ideas, que decía Valéry; lo que no es de extrañar a la vista de ciertas ideas.
No me malinterpreten, eh. A mí el confinamiento me parece bien si no hay otro remedio, y el complejo técnico-científico lo mismo. El gobierno ya menos, pero de ese se supone que nos podemos librar en algún momento, mientras no nos digan lo contrario. Aquí se viene a anotar perplejidades, no a exponer juicios normativos ni programas de acción política. Eso se lo dejo a gente mucho más lista o más tonta que yo. Por lo demás, el experimento se sigue desarrollando satisfactoriamente.