La robótica social contra la pandemia
«La inversión en robots sociales en un mundo cada vez más imprevisible donde la vida humana se entiende casi como un privilegio que debemos proteger es fundamental para las próximas décadas»»»
La amenaza de la robotización o, mejor dicho, de la automatización del trabajo existe casi desde el mismo instante en el que los hombres y mujeres comenzaron a conquistar su libertad a través del esfuerzo de su trabajo. Tal y como apunta Marta García Aller en su reciente libro Lo imprevisible (Planeta), es posible que la automatización del trabajo no sea una mala noticia, que las máquinas se ocupen de todo lo que es previsible y que los humanos nos centremos en lo aleatorio, lo accidental o azaroso.
Esta semana hemos sabido que en Dinamarca se está desarrollando ya un robot capaz de tomar muestras para la detección de nuevo coronavirus[contexto id=»460724″]. La máquina, a través de un brazo desechable impreso en 3D, toma muestras de la garganta de forma automática y se cambia con cada nuevo paciente. De este modo se consigue que un buen número de sanitarios no se expongan al riesgo de contagio. En Singapur ya pulula por la ciudad un perro robot llamado Spot, desarrollado por la compañía Boston Dynamics, que monitorea el distanciamiento social mínimo. ¿El objetivo? Nuevamente, no comprometer a los humanos que realizarían esta tarea.
Todas estas experiencias se centran en la robótica social, una de las grandes herramientas para poder paliar una de las pandemias más peligrosas del mundo: la soledad. La inversión en robots sociales en un mundo cada vez más imprevisible donde la vida humana se entiende casi como un privilegio que debemos proteger es fundamental para las próximas décadas. ¿Imaginan asistentes robóticos para ancianos solos y enfermos? ¿Se está hablando de esto en los Senados y Congresos del mundo?
El espectáculo bochornoso que hemos presenciado estos días en los cónclaves políticos de nuestro país hace pensar que la implantación de la inteligencia artificial en la política aseguraría, al menos, cierta dosis de razón, de entendimiento, aunque lo dejáramos todo al albur de los algoritmos.