Una furtiva lágrima
«La sociedad española no es multirracial y no tiene un problema con sus fuerzas policiales, modélicas si cotejamos su rendimiento con el de sus pares estadounidenses»
La única lágrima sincera es la que se derrama en soledad en un cuarto a oscuras. La frase, creo, es de André Gide y contiene la dosis de exageración adecuada a un aforismo si se desea llamar la atención sobre un fondo de verdad; en este caso: la tendencia demasiado humana a mercadear con sentimientos impostados. ¿Cuántas de las lágrimas vertidas por George Floyd, cabe preguntarse ante el derroche mundial de empatía, son sinceras? Sin duda lo son las de su familia —cinco hijos—, su novia y sus amigos. Son reales también las lágrimas de muchos negros de Estados Unidos por la vida injustamente rescindida de uno cuya biografía sienten como propia. Y son auténticas también, no me cuesta creerlo, las lágrimas de muchos americanos blancos que saben que el crimen de Minneapolis apunta a un problema muy real que los convoca a todos como nación: los abusos policiales, abrochados con demasiada frecuencia a prejuicios raciales.
Las lágrimas parecen menos auténticas, en cambio, conforme se alejan de su contexto original. En España, por ejemplo. La sociedad española no es multirracial y no tiene un problema con sus fuerzas policiales, modélicas si cotejamos su rendimiento con el de sus pares estadounidenses. Todos podemos opinar, reconocer una injusticia desde cualquier parte del mundo y debatir sobre ella, pero no arrogarnos inmerecidamente el papel de agredido o el de agresor. Una manera de faltar al dolor lejano es usarlo para hacer alarde de una bondad que luego no comparece frente al dolor cercano. De ahí el fiero sarcasmo: seguidores de Bildu, un partido al que nunca importaron mucho las vidas españolas que, por españolas, se cobraba la xenofobia etarra, nos da lecciones, rodilla en tierra, de la importancia de las vidas negras, en plazas y jardines presididas por la estatua de un Sabino Arana inconmovible en su pedestal.
La pensadora Judith Shklar, sagaz observadora de lo que ella llamaba «vicios ordinarios» en la vida de las democracias, decía que los intelectuales deben precaverse del glamour que desprenden las causas justas. Como abejas ante una nueva fuente de néctar, las buenas causas atraen a todo tipo de oportunistas morales. Creo que Odo Marquard quería expresar algo parecido cuando hablaba de la facilidad con la que preferimos ser la mala conciencia de otros al fastidio de tener una conciencia propia, en pugna con demonios no transferibles. Los aficionados a la música saben que Una furtiva lagrima es el nombre de una romanza de L’elisir d’amore. «Furtiva» también significa robada. Me pregunto si no serán muchas lágrimas derramadas en redes sociales en forma de hashtag eso, lágrimas furtivas, ilegítimamente robadas a las víctimas verdaderas, y el elixir de amor que vendemos, como en la ópera de Donizetti, el vino barato con el que nos emborrachamos.