San Junípero
«Desconfiamos del pasado y llegamos a odiarlo en la medida en que sentimos su presencia en nuestra propia cultura y en nuestra sociedad como algo que nos impone una identidad particular o nos determina»
La pregunta ya no es por qué Churchill o por qué Cervantes o por qué Junipero Serra. Si tienen estatua es porque fueron importantes para construir nuestro mundo y si fueron importantes son culpables y deben pagar por ello. Para el progresista, el pasado no merece ningún homenaje. La pregunta es, entonces, por qué todavía no se han derribado las estatua que a estas horas queden en pie. Por qué no el Che, por qué no Marx, etc. Y la respuesta previsible es que estos son menos culpables porque supuestamente tuvieron menos influencia. Porque conservan, como les gusta decir, su potencial emancipador. El Che vive porque la lucha sigue.
Como explica Brague, esta es, en realidad, de un presentismo absoluto. Su relación con el pasado, que es la nuestra, es una relación de amor en la medida en que lo usamos como una especie de supermercado de sociedades y culturas superadas y nos sirve para alimentar nuestro relativismo. En cambio, desconfiamos del pasado y llegamos a odiarlo en la medida en que sentimos su presencia en nuestra propia cultura y en nuestra sociedad como algo que nos impone una identidad particular o nos determina, de una forma más o menos consciente, hacia una conducta particular.
El pasado pesa, y a nadie le pesa más que al último en llegar. Así como “el niño es el padre del hombre”, el adolescente es el abuelo de la civilización. Quien nace el último nace a una civilización más vieja; nace él mismo más viejo y es por eso que la emprende con el pasado; porque “cuando somos jóvenes, soñamos futuros distintos; cuando somos viejos, soñamos pasados distintos”.
A nuestros viejos adolescentes la historia se les presenta como algo fijado que nos tiraniza. Por eso debe deshacerse de su rastro, liberarse del pasado, hay que tratar de limpiar el mundo para que sea siempre nuevo, para poder vivir en la ilusión de que el mundo es sólo ocasión, escenario en el que experimentar la propia libertad. Así es como habla Schmitt del romanticismo político, así es como tiende a pensar y actuar el adolescente y así es también como tiende a parecerse nuestro mundo a la famosa serie de Black Mirror. Concretamente a ese capítulo justamente titulado San Junípero, en el que a los viejos se les da a elegir entre morir como siempre o vivir una eterna adolescencia en un mundo virtual. A nosotros y a nuestros viejos adolescentes se nos presenta la misma elección. La única diferencia es que para nosotros, para la civilización, esa eterna adolescencia virtual y la muerte son una misma cosa.