Desde mi ventana: Lesa majestad
«Cualquier empresario que le haya acompañado en misión comercial en el extranjero puede dar fe de que ha sido el mayor embajador de la economía española en los mercados internacionales»
Durante el confinamiento, en The Objective tuvimos la oportunidad y el placer de publicar 25 capítulos del proyecto literario Desde mi ventana, del novelista Álvaro del Castaño. La serie, lejos de acabarse, continúa: ahora con una periodicidad quincenal y con un espíritu adaptado a esta «nueva normalidad».
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Título de la película: The Queen.
Localización: Palacio de Buckingham, Londres, Reino Unido.
Ambientada en el año: 1997.
Director: Stephen Frears.
Protagonistas: Hellen Mirren y Michael Sheen.
Escena:
Tony Blair, recién elegido primer ministro del Reino Unido en las eleciones generales, entra con timidez inexperta en el salón donde le espera, estática como una estatua, la diminuta Reina Isabel II. Tras 45 años de reinado, la veterana soberana espera impasible para recibirle como primer ministro y encargarle un nuevo gobierno. Tras un muy breve intercambio de amabilidades, la reina se dirige a Tony Blair con su habitual tono agudo y monótono:
«Usted, señor Blair, es mi decimoprimer prime minister. Por cierto, el primero fue Sir Winston Churchill –plano de la cara del Sir Blair exudando pequeñez– el cual se sentó justamente en ese mismo sillón, vestido con levita y sombrero de copa, por supuesto. Fue tan amable al dar a una tímida jovencita como yo una gran educación. Con el paso del tiempo espero haber añadido además algo de experiencia a esa educación, y un poquito de sabiduría para ayudarme a cumplir nuestras obligaciones constitucionales: asesorar, guiar y advertir al gobierno de turno».
Palabras clave: decimoprimer ministro de la Reina, 45 años de reinado, Sir Winston Churchill, asesorar, guiar, advertir.
Queridos lectores, no piensen que esto es una crítica de cine. Saco a colación esta insólita escena porque, para mí, fue el punto de inflexión que me ayudó a racionalizar cuál es la esencia de la monarquía y su papel fundamental.
Pero dejemos los fotogramas y centrémonos en nuestro querido Reino de España. Vayamos exclusivamente a los hechos. Abandonemos las convicciones, los sentimentalismos, la tradición, la revolución, los odios ancestrales o el populismo por unos minutos. En España tenemos una monarquía que reposa sobre un pilar único, extraordinario, diferencial y profundamente democrático: un referéndum. Es importante recalcar este punto para que todas las víctimas de nuestro sistema educativo transferido a las comunidades autónomas, los pocos interesados por la realidad, los de la secta de la Internacional de odiadores, los políticos populistas, los charlatanes con muy mala memoria o, peor aún, con una total falta de cultura y de conocimientos de la Historia, lo registren en sus discos duros: la Monarquía en España ha sido refrendada democráticamente en el contexto del referéndum de la Constitución de 1978.
A algunos les duele reconocerlo y entierran este dato con rencor. Recordemos que el 87,9% de los españoles que votaron lo hicieron a favor de nuestro marco de convivencia bajo el paraguas monárquico. Y lo hicieron de manera totalmente libre. Votaron con alegría, ilusión, emoción, orden y solidaridad. Votaron nuestros padres y abuelos, sí, esos que se mataron mutuamente en la guerra civil tan solo cuarenta años antes. Votaron “SÍ” los fachas, los rojos, los republicanos, los anarquistas, los burgueses, los obreros, la aristocracia, los rockeros, los nacionalistas y las amas de casa. Y entre ellos –oh, mon Dieu!– el 90,5% en Cataluña y casi el 70% en el País Vasco.
Quería aprovechar esta tribuna para ajustar cuentas con la verdad. Ante la condena y basura mediática a la que muchos medios de comunicación afines a la izquierda están sometiendo al Rey Juan Carlos, con claros objetivos políticos, quiero, sencillamente, recordar una serie de hechos indiscutibles. Y lo hago porque, desgraciadamente, muchísimos de los jóvenes de menos de treinta años no han recibido una lección de historia objetiva sobre la Transición (el paso de la dictadura a la democracia desde el fallecimiento de Franco en 1975). Ademas, para rematar su desgracia cultural, están totalmente inmersos en la mediocridad de la redes sociales donde el contenido proporcionado suele ser siempre poco profundo, a menudo falso o erróneo o tergiversado (por ambos lados de los extremos del arco ideológico, por cierto).
Los que tienen ansias de gobernar prefieren la República; los que apetecen ser bien gobernados no quieren más que la monarquía, decía Joubert.
Objetivamente, el Rey Juan Carlos I, como “gobernante”, ha sido probablemente uno de los mejores jefes del estado que ha tenido España. Guste o no, la realidad es tozuda. Don Juanito, como le llamaban en su época de Príncipe, pudo reinar como rey absoluto, como dictador, pues recibió todo el poder para hacerlo en “herencia” del general Franco, pero prefirió renunciar a todo ello y convertir España en una monarquía constitucional moderna. ¿Alguien se atreve a citar otro ejemplo de líder que haya actuado así? Para ello se jugó su propia vida, siendo el blanco favorito del terrorismo, y afortunadamente se desactivaron decenas de atentados gracias a las fuerzas de seguridad del estado durante los años de plomo de la banda terrorista ETA. Recuerden en especial el de Mallorca, desarticulado in extremis.
El joven Soberano, caminando en la cuerda floja, siempre al borde del golpe de estado en los primeros años, se enfrentó al coup de Tejero y Armada en 1982, consiguiendo desarbolarlo, jugándose el tipo y su reputación en el ejército en favor de la democracia. Con este papel fundamental unió al país entorno a su figura, la Constitución y la democracia, dejando atrás definitivamente “el ruido de sables”.
El Monarca lanzó, cuidó y alentó la muy admirada Transición Española, generando consenso, unión y cooperación entre enemigos mortales. Tuvo la inteligencia política y la valentía, mano a mano con el Presidente Suárez, de promover la legalización del Partido Comunista de España (recuerdo personalmente el tremendo terremoto sociopolítico que eso produjo), lo cual fue clave para todo el proceso de éxito democrático. Se rodeó de los mejores políticos y asesores, pese a que no fueran del gusto del régimen franquista, aun encastillado en los órganos de poder en sus primeros años de reinado.
Don Juan Carlos ha representado el papel de “cuarto poder” del Estado (el de “guiar, asesorar, advertir” mencionado por la Reina Isabel II en la escena de la película arriba mencionada) con sobresaliente. Ha ejercido el papel de moderador independiente, sin ninguna afinidad con un partido político, sin ninguna deuda con un ideología ni con grupos de poder o de presión, algo imposible para un jefe del Estado en una república donde la agenda del partido se antepone a la del país.
En el área mundial, el Monarca ha sido el líder más internacional que ha tenido España (por cierto, ayuda que domine a la perfección mas de seis idiomas; ¿cuántos hablaban Rajoy, Aznar, Zapatero, González o Sánchez?). Con su prestigio construido sobre su papel en la Transición, con sus gestiones personales y su agresiva diplomacia directa, transcendió las fronteras de nuestra nación, y encarriló a España hacia la Union Europea y los organismos internacionales. Siempre trabajando en equipo con el gobierno de turno, arropado por lo mejores talentos, abrió las fronteras de nuestra diplomacia en Oriente Medio. Mantuvo a raya a Marruecos, gracias a su gran amistad y el respeto recíproco con el monarca alaouita Hassan II.
Cualquier empresario que le haya acompañado en misión “comercial” en el extranjero puede dar fe (yo he recibido multitud de testimonios concretos sobre ello) de que ha sido el mayor embajador de la economía española en los mercados internacionales y el mejor adalid de nuestras empresas nacionales.
El Rey Emérito generó la admiración del mundo, que observaba con incredulidad cómo una dictadura obsoleta se convertía en una democracia ejemplar bajo la tutela de un joven monarca. Tras la Transición, se convirtió en un gran imán de sabiduría política, al que acudían a pedir consejo muchos de los líderes mundiales, siendo consejero personal de decenas de políticos en América Latina (multitud de embajadores me han confirmado estos últimos puntos).
Don Juan Carlos ha sido un verdadero genio transformador en lo político, un muy audaz y osado estadista, además de un gran gestor de riesgos (hasta el final de su vida, donde su risk management y ética dejan abiertas muchas incógnitas). Estoy convencido de que, aun en el caso de que fueran verdad las acusaciones que se vierten sobre él (“miente, miente, que algo queda”, citando al consejero de Alejandro Magno Medion, de Larisa), su valiente acción política en la Transición y su liderazgo posterior le redimirían ante la Historia y le otorgarían un sitio privilegiado en el Olimpo de los grandes hombres de nuestro tiempo.
Los españoles le debemos una gran parte de la libertad de la que disfrutamos. Le adeudamos el dividendo de 45 años de paz, nuestra democracia, la Constitución del 78, el malabarismo de la Transición. Tenemos que agradecerle el marco de estabilidad que consiguió el registro exitoso de crecimiento económico, el entorno en el que hemos creado nuestro estado del bienestar, y la confianza que el mundo tiene ahora en España.
¡No caigamos en la demagogia frentepopulista, por favor!
Al Rey Emérito (y por supuesto a la Reina Sofía) le debemos también el haber educado a un extraordinario sucesor: el Rey Felipe VI. Nuestro Rey, de una preparación académica, militar, diplomática e intelectual de primer orden, ha destacado por su compromiso inamovible con España, incluso sacrificando por el camino a su propia familia. Esto ha tenido que ser extremadamente duro. Solo alguien con la vocación de servicio que tiene él, programado para ser Rey desde pequeño, ha podido llevar a cabo esta operación quirúrgica tan traumática: apartar y marginar a los miembros de su familia que podían comprometer a la monarquía. Don Felipe ha sabido modernizar la institución, rompiendo moldes incluso al casarse con Doña Letizia (mujer divorciada, de gran trayectoria profesional, y de origen muy distinto). Felipe VI ha recibido el regalo envenenado de la abdicación de Don Juan Carlos en el momento más difícil, teniendo que trabajar ahora con un gobierno, que en mejor de los casos, intenta ignorarle. Nuestro Rey ha abandonado el estilo juancarlista de campechanía e improvisación, y la tendencia del Emérito a salirse del guion oficial. Nuestro Rey ha optado por el rigor, el trabajo duro, la transparencia y la moderación.
Buena suerte, España = buena suerte, Majestad.