Tiempo al tiempo
«Nos mienten como a niños porque nos quieren felices y contentos el día que toque volver a votar»
Dijo Sánchez que le hubiese encantado decretar antes el estado de alarma pero que no le hubiésemos entendido. Encima, no tiene razón. Porque aún sin tener, y justo es reconocerlo, unas orejas como las suyas, la ciudadanía española entendió, demasiado bien y demasiado pronto, todas y cada una de las órdenes y de las mentiras que emanaban de Moncloa. El pueblo ha demostrado ser tan obediente que cabe incluso sospechar que los únicos que se hubiesen enfadado con Sánchez son sus extraños compañeros de cama y sus votantes menguantes, que tenían por esas fechas una fiesta que les hacía muchísima ilusión.
Lo que en realidad estaba diciendo Sánchez es lo mismo que dijo su portavoz Simón cuando declaró solemnemente haber mentido sobre la utilidad de las mascarillas porque no había suficientes para todos. Nos mienten como a niños porque nos quieren felices y contentos el día que toque volver a votar. Y nos mienten cada día y sin ruborizarse porque creen que cualquier día puede ser día de elecciones. Esta convicción se basa en parte en la debilidad del Gobierno pero, sobre todo, en su la infantil ideología que lo guía.
Nuestros quincemesinos querían una democracia más real, más participativa, porque democracia no es votar cada cuatro años y porque se vive mejor en una campaña permanente, cuando aguantan prietas las filas y el momento de dar explicaciones no llega nunca porque toda crítica es mero electoralismo. Cuatro años no será nada en la vida de una nación pero es una insoportable eternidad en la de un quincemesino. Ahora que se van haciendo mayores, altos como y grandes y poderosos todos como nuestro guía y presidente, deberían ir aprendiendo, poco a poco, las ventajas que para un gobierno tienen estos pocos años que separan una campaña electoral de la siguiente.
Si pensasen en periodos de cuatro años tendrían, por ejemplo, tiempo de dejar de necesitar a Simón y a sus doctas mentiras; podrían ratificarlo ahora ahorrándose el ridículo de santificarlo y de construirle estatuas equestres y cesarlo llegado el momento sin necesidad de tener que explicar por qué ni de cargar con sus culpas. Con una mirada un poco más larga podrían ver que, con un poco de suerte, cuando a Simón le toque anunciar nuevos rebrotes y nuevas medidas nos pillará a todos tan arruinados y distraídos tratando de vender las joyas de la abuela que no tendremos tiempo ni de contar muertos ni de tragar bulos.
Hay que darle tiempo al tiempo. Hay que darle al gobierno tiempo para gobernar, tiempo a la oposición para construir un proyecto o algo y tiempo al tonto que somos los demás para ir, muy poco a poco, entendiendo y relativizando las decisiones valientes aunque impopulares de nuestro gobierno y de valorar y agradecer los enormes beneficios que gracias a ellos nos esperan a medio plazo. Hay que darle tiempo al tiempo porque, incluso si al final el tiempo no nos diese para tanto, nos daría al menos tiempo para cargarnos de paciencia y de buenas razones. Y eso nunca está de más.