Somos diversidad… salvo que seamos hombres cis heterosexuales
«¿Cuál es exactamente la relación que existe entre la identidad de género sentida y el comportamiento de los individuos?»
A lo largo de sus 160 páginas, la guía Somos diversidad, auspiciada por el Ministerio de Igualdad y el Ministerio de Derechos Sociales presenta una, en sus propios términos, «caja de herramientas» en la que los docentes pueden encontrar actividades varias para la formación en «diversidad sexual, familiar, corporal y de expresión e identidad de género». Más allá del evidente sesgo que transpira el documento, de las pintorescas propuestas que han trascendido a la prensa —que exista una «epistemología lésbica como oportunidad educativa», por dar un botón de muestra— y de la retórica siempre huidiza del lenguaje llano que se impone en el texto (¿lograremos exhumar los dignos usos de «escuela», «colegio» o «legislación española», frente al empleo de deprimentes sintagmas como «espacio educativo», o «leyes del Estado español»?) la guía persigue el noble propósito de evitar el acoso escolar a quienes, por su entorno familiar, su orientación sexual o su identificación de género son susceptibles de sufrir hostigamiento o exclusión.
Aunque la guía hace apostolado de modestia epistémica y de un cierto relativismo («la verdad es precaria, pasajera y mortal» se afirma líricamente en la página 13) la premisa es transparente y robusta: la diversidad es un valor que debe reivindicarse y celebrarse y con ello el respeto y la tolerancia frente a quienes se apartan de la normalidad, sea esta la regularidad estadística o lo que resulte conforme a las normas sociales o jurídicas. Así, los estudiantes han de integrar en su ethos la existencia de «cuerpos normativos» y «cuerpos no normativos»: por ejemplo son normativos el «hombre masculino» y la «mujer femenina» y no normativos los «trans», «no binarios», «género fluido», «hombres femeninos» y «mujeres masculinas», entre otros. Así las cosas, aceptar y ponderar la «no normatividad» no es sino rechazar la asociación mecánica, inexpugnable de los estereotipos, actitudes, expresiones, creencias y valores a una presentación o «performatividad» (pace Judith Butler) de nuestros sexuados cuerpos. La transfobia que sufren los niños, adolescentes y adultos trans es el producto de la no aceptación por parte del grupo mayoritario de su desviación de normas del tipo «los niños tienen pene y por eso no usan falda, son brutotes y juegan al fútbol y las niñas tienen vagina y por eso se hacen coletas con su pelo largo, son compasivas y practican ballet». Nadie es quién, so pena de incurrir en odiosa LGTBIfobia, para poner en tela de juicio la autoconstrucción «subversiva» que esos individuos, incluso a edades muy tempranas, hacen de sí mismos, de su identidad sexual y de género, lo cual incluye, de nuevo, su corporeidad. Y sin embargo…
Sin embargo, interesa preguntarse cuál es el alcance de esa disociación que, en aras del respeto a la diversidad, queremos instilar en nuestros jóvenes y, en general, en la sociedad española, dado nuestro actual paisaje normativo, tanto en lo jurídico-formal como en las reglas de trato social, en los medios de comunicación, en la ideología propagada por las instituciones y en lo que se considerada políticamente aceptable. ¿Cuán honesta y coherente es esa empresa Somos diversidad a la luz de otros empeños que provienen de otros negociados de esos mismos ministerios e instituciones públicas? ¿Qué es hoy lo «normativizado» y la desviación que habríamos de metabolizar socialmente? ¿Cuál es exactamente la relación que existe entre la identidad de género sentida y el comportamiento de los individuos? O dicho de otra manera, con el lenguaje forense del que uno se acaba impregnando tras la lectura de la guía: ¿cuánto se puede uno desprender de los estereotipos o actitudes esperables dada su configuración física?
La respuesta es fácil: desde hace ya 16 años en España, con la aprobación de la Ley de Violencia de Género, los cuerpos de apariencia masculina que agreden, física o verbalmente, a los cuerpos de apariencia femenina con los que tienen o han tenido una relación afectiva son indeleblemente «hombres machistas», es decir, individuos que de manera no falsable ejercen violencia contra las mujeres no por otra motivación que la del afán de dominación, por el «mero hecho de que [sus víctimas] son mujeres». Y también ocurre así cuando la agresión se dirige por parte de ese cuerpo masculino hacia los hijos habidos en el seno de la pareja. Una madre parricida puede estar desesperada por la pérdida de la custodia, o padecer un trastorno psiquiátrico o estar poseída por los celos. El padre no tendrá nunca a su alcance ninguna de tales explicaciones o dispensas en su comportamiento; será en todo caso una pieza intercambiable en la gran estructura de tiranía masculina. Y así, prácticamente todos los medios de comunicación exudan sin templanza la ecuación hombre+cis+heterosexual=machista cuando dan cuenta inmediata del hecho luctuoso de la violencia ejercida contra una mujer o sus hijos y, lo que es más grave, también las instituciones u organismos oficiales y sus estadísticas, observatorios, agencias y think-tanks, sin esperar nunca a lo que hayan podido determinar los tribunales y sin que nunca haya habido acto de contrición con parecida repercusión si, como no es infrecuente, hubo precipitación en el anuncio y resultó que el presunto agresor no fue el autor del hecho criminal. Machista sí, eso no podrá dejar de serlo, es una de sus propiedades disposicionales al modo en el que lo es la solubilidad del azúcar. Y lo mismo se predica si nos referimos al ámbito de las llamadas «violencias sexuales» si atendemos al texto del anteproyecto que tiene redactado el Ministerio de Igualdad, paralizado entre polémicas diversas y ruidosas justo antes de la erupción de la pandemia[contexto id=»460724″].
Pareciera, pues, que la diversidad para el hombre-cis-heterosexual está sencillamente cancelada, a no ser, claro, que, de acuerdo con los presupuestos de esta pintoresca «caja de herramientas» que constituye la guía Somos diversidad, nos declaremos todos trans, no binarios, agénero, cualquier cosa menos «conformes con nuestra dotación biológica». Un expediente que se me antoja a todas luces estrambótico, una forma ideológicamente espuria de aguar el cóctel de la diversidad.