Hablando como adultos
«No necesitamos que haya nuevas elecciones para que tengamos la oportunidad de castigar a los políticos irresponsables y a los técnicos disfrazados de enfáticos emisarios del gobierno»
Lev Tolstoi, que como buen genio podía sintetizar el mundo en una frase, escribió al principio de su Ana Karenina que «todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices son desgraciadas a su propia manera». Algo similar sucede con las democracias liberales. Cada una de ellas tiene sus propias desgracias que avivan el discurso iliberal agazapado en los pliegues de sus conflictos normativos. De entre todos los problemas que tenemos como sociedad, y a lo largo de las últimas décadas se nos han ido acumulando unos cuantos, los usos y costumbres de la rendición de cuentas quizá sean de los que más nos costará alterar. Porque aquí solamente sabemos rendir cuentas de dos formas: escapando por la puerta de atrás con un silencio vergonzante o liquidando cualquier atisbo de reputación delante de un juez. En ocasiones, no hay que mirar demasiado lejos, ambas salidas se pueden llegar a conjugar.
La rendición de cuentas, como sucede con su prima hermana transparencia, se esgrime en la oposición o en una campaña electoral con una larga lista de prosopopeyas. Sin embargo, en la vanidad del poder no son más que palabras pueriles y olvidadas. Lo que debería ser una reforma trascendental para nuestro sistema, termina convirtiéndose en la yesca para hacer el fuego demagógico. Y todo ello con los medios de comunicación como correas de transmisión esenciales. Porque, cuando escasea la rendición de cuentas y la transparencia gubernamental, aparece el periodismo de la filtración instrumental. No hay nada nuevo bajo el sol. Si estamos gestionando mal el problema, lo esencial es que el mundo mire hacia otro lado. Mucho mejor si el foco se sitúa en el adversario que está en ese lado.
Las respuestas a la pandemia están dejando en evidencia la importancia de ejercer la rendición de cuentas y la gestión transparente de forma habitual. Hay muchas cosas que seguimos haciendo pésimamente después de varios meses luchando contra el virus, y en todos los niveles de gobierno. No necesitamos que haya nuevas elecciones para que tengamos la oportunidad de castigar a los políticos irresponsables y a los técnicos disfrazados de enfáticos emisarios del gobierno. La rendición de cuentas no debe tener el castigo como objetivo (así lo comprenden nuestros políticos), sino la evaluación y el aprendizaje colectivo derivado de un análisis independiente de las decisiones tomadas y las acciones desplegadas. Sabemos que las democracias liberales no serán jamás plenamente felices porque es su mecanismo para protegerse de utópicos y apocalípticos. Pero sí que podemos mitigar nuestra desgracia futura con la rendición de cuentas constante. Probablemente podríamos comenzar exigiendo a nuestros líderes que nos traten como a adultos.