Las justas distancias
«No sé la empatía ni el cariño, pero el cartel muestra clarísimamente el dolor de las víctimas. Y lo hace, además, por partida doble»
He visto el cartel, pero ni he visto la serie ni he leído el libro ni tengo, por lo tanto, idea alguna de si le hace justicia al uno, a la otra, a los dos o a ninguna. Uno que sí ha visto la serie y que no sólo ha leído el libro sino que lo ha escrito, dice que no, que el cartel es injusto con la serie, con el libro y, creo entender, incluso con la realidad. Que de ahí viene, sobre todo, la indignación de los distantes. Porque la ficción da para lo que da, pero en nuestra realidad la equidistancia es lo peor y si en este país llegase el momento en el que alguien, por despiste, virtud o casualidad, se encontrase a la distancia justa entre dos extremos, haría bien en moverse un poco y lo antes posible para no quedar retratado.
No es el caso del autor. Al autor le parece que en el cartel no está clara «la línea divisoria entre quien sufre y quien hace sufrir». Pero está clarísima. En el cartel hay una que sufre, uno que ya no, otro que sufre y tres que hacen sufrir. Porque el problema, evidentemente, es otro. Al autor también le parece que el cartel «incumple una norma que yo me impuse cuando escribí mi libro: no perder de vista el dolor de las víctimas del terrorismo, tratarlas con la empatía y el cariño que merecen. La serie, en mi opinión, sí lo hace». El cartel también. No sé la empatía ni el cariño, pero el cartel muestra clarísimamente el dolor de las víctimas. Y lo hace, además, por partida doble. Pero el problema, evidentemente, es otro.
El problema es que el cartel no es moralmente equidistante. Es moralmente confuso. Y eso es lo único que no se le puede perdonar ni se le perdona. El cartel se pone del lado de las víctimas, de los que sufren, pero lo hace de todas las víctimas, y eso es retórica batasuna y eso sí que no. El cartel no refleja la justa proporción de culpa y de dolor que se da en la serie, en el libro y en la realidad. El cartel promueve otra serie, otro libro y otra historia. Una historia que se parece un poco a la nuestra y en la que parece que las víctimas lo son de la policía o de la metafísica. Una historia en la que no cabe la equidistancia porque no hay ya un Estado de derecho frente a una banda terrorista sino sólo policía, tortura, muerte y dolor.
La historia del cartel es una historia que nos recuerda que un Estado que tortura es peor que un terrorista que mata y que por eso el peor peligro del terrorismo es que las mejores cosas pueden perderse al derrotarlo. Es algo que saben incluso en Eta y su entorno, que para su propia vergüenza tienen que hablar siempre de un estado torturador porque contra un Estado de Derecho ya no se atreven. Y esa es la victoria del estado, por cierto.
La del cartel es otra historia, seguramente para otra serie y para otro libro, pero es una historia en la que tampoco cabe la equidistancia.