THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

De higos y brevas

«Esa conversación, como un baile cuya coreografía sabemos sin siquiera ensayar, marca el inicio del verano como marca el final la caja de higos, los de la floración tardía, que nos llevamos a finales de agosto»

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De higos y brevas

Weronika Marcińczyk | Unsplash

En la casa de mis padres hay cuatro higueras, y solo una da higos negros, las otras tres dan higos verdes. Cuando nos mudamos a esa casa mis hermanos querían cortar una de las higueras porque, decían, se metía en lo que usábamos para jugar a fútbol, se metía en el córner. Los hijos nos fuimos yendo de casa y no solo no se cortó la higuera sino que mi madre plantó dos árboles más en lo que sería el fuera de banda de nuestro campito ante las protestas de mis hermanos. No sé si lo hizo intencionadamente, pero hace mucho que no jugamos a fútbol. Lo que terminó de estropear los partidillos de fútbol fue la canasta, y ni siquiera hacemos pachangas de baloncesto. 

En cambio, sí comemos los higos que dan las higueras de la casa de mis padres. Los verdes y los negros, las brevas y los higos. Cada verano, cuando llegamos a la casa con los bañadores y las maletas, y mi madre ha preparado una tortilla de patata, la primera pregunta de mi novio suele ser si ya hay higos. Mi padre siempre dice que es pronto pero que alguno hay y que al día siguiente por la mañana le cogerá para que pueda desayunar. En cuanto acaba la frase se levanta de la mesa sin decir nada y vuelve con un par de higos. Luego, suele haber una discusión sobre qué son higos y qué brevas. Mi novio cree que las brevas son verdes y los higos negros; mi madre le explica que son las floraciones: en junio y julio, brevas, en agosto y septiembre, higos. Mi padre explica entonces que hay muchas especies de higos. Esa conversación, como un baile cuya coreografía sabemos sin siquiera ensayar, marca el inicio del verano como marca el final la caja de higos, los de la floración tardía, que nos llevamos a finales de agosto.

Cada uno tiene una manera de comerse los higos: con piel, sin piel, abiertos en dos mitades, de un bocado, mis hijos se los comen indistintamente y en cantidades ingentes. Mi madre dice que con queso estarían muy buenos y a veces los pone en la ensalada. Mi padre se lamenta de que no podamos comerlos todos y se echen a perder o se los coman los pájaros. Mi novio sugiere que podríamos secar algunos. 

Leo en The New Yorker un artículos sobre los higos y las avispas de los higos y la «evolución codependiente». El subtítulo anuncia que hay más de setecientas especies de higos y cada una tiene su propia especie de avispa y que es probable que la pulpa de los higos contenga restos de avispa. No sé qué dice de nosotros todo este asunto de los higos ni si explica algo. En cualquier caso, solo he compartido el artículo con mi novio. No quiero acabar aún con el misterio. 

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