Trece de octubre
«La colonización hispánica, vista hoy como una carnicería sin parangón, cuando llevaba consigo las luces del Renacimiento, luces que alumbraban las atrocidades que cometían aún las culturas precolombinas»
Tiene este día después algo de aquel tres de mayo que tan acertadamente reflejó Goya en su celebérrimo cuadro: tras la lucha inútil entre unos y otros, quedan el ruido de los fusiles y los tambores de guerra apagados. Los dos bandos han descontextualizado durante horas la fiesta: unos hablan de razas hegemónicas, imperios abandonados y España en plural; los otros, de genocidios panfletarios, de cruzadas olvidadas y de justicia inferida del presente. No me interesa nada de eso. O quizá sí, por lo que tiene de aunar en un solo grito lo que para mí se celebra: que existe una cultura, la hispánica, que rivaliza en hazañas y en desastres con otras de calado, como la otomana, la eslava o la anglosajona, pero que no debe ni puede olvidar sus gestas y sus errores, que debe asumir su Cervantes y su Fernando VII, sus guerras civiles y su Velázquez, su Constitución del Doce y su terrorismo moderno.
Fijarse sólo en una cara de la moneda, como a menudo se hace cada doce de octubre, es perder los matices de una cultura llena de ellos. Rasgos que tienden a enriquecerla, claro. Además, si se busca, a cualquier episodio de la historia se le puede encontrar el envés afable o el malévolo. Véase la lengua, por ejemplo, cualidad que pasa por inmaculada, por cuya composición fonética se hizo predominante en la península en tiempos del latín vulgar, que ha sido capaz de parir un Quijote, cumbre de la literatura universal, pero que como tecnología del imperio del XVI fue utilizada, a veces, como pretexto para la represión. Del mismo modo, hay matices estigmatizados que bajo lupa pueden sacudirse dicho estigma. Es el caso de la colonización hispánica, vista hoy como una carnicería sin parangón, cuando llevaba consigo las luces del Renacimiento, luces que alumbraban las atrocidades que cometían aún las culturas precolombinas, y con una tasa de homicidios menor que la que encontramos en Norteamérica o en Centroeuropa a esas alturas de milenio.
Si uno escarba en la historia, hasta el acto más loable tiene su lado oscuro, como digo, del mismo modo que hasta el episodio más atroz guarda algo de luz. El problema, en opinión del que escribe, es que las ideologías contemporáneas buscan desvirtuar una de estas dos caras, intentan que el individuo adoctrinado desprecie la mitad de la tarta que le interesa. Ya decía el nobel Cela que hay tres historias: la suya, la mía y la real. Para mí, esta fiesta sólo tiene sentido si se es consciente de que formamos parte, como decía, de una de las cuatro o cinco culturas más ricas en matices de la historia, y que las luces y las sombras allí presentes no son otra cosa que el sustrato sobre el cual nos movemos. Me da igual, elijan la fecha: en diciembre con la constitución reinante, en marzo con la de Cádiz, en abril con Cervantes, en el octubre actual o cuando gusten. Pero celebremos el hispanismo, sea en la fecha que sea.