El bachiller demediado
«¿Qué señal envía la sociedad española negándose una y otra vez a reforzar su instrucción?»
Antañazo, como gustaba decir a Umbral, decir de alguien que era bachiller significaba algo; por desgracia, la palabra es ahora un significante vacío. Pero, a diferencia de lo que sucede con el uso que de este concepto hace la teoría política del populismo, que cada uno pueda «rellenar» de contenido ese signo, sino justamente lo contrario: nadie puede saber lo que un bachiller lleva dentro. Y ahí está el problema: hemos privado de significación lo que solía ser una señal valiosa para los portadores del título de bachiller y para quienes deben interpretarla en el mercado de trabajo o la administración pública.
Yo entiendo a quienes se resisten a admitir que la calidad de la instrucción ha disminuido en España; piden datos y los datos pueden presentarse de mil maneras distintas, como cualquier asesor gubernamental podría atestiguar. Comparar épocas distintas es, además, una tarea casi imposible. El conocimiento anecdótico que proporcionan los profesores es desdeñado como un simple cotilleo: la dificultad de los estudiantes universitarios con el pensamiento abstracto, su falta de conocimiento histórico y su tendencia a cometer numerosas faltas de ortografía, se nos asegura, no debe preocuparnos. Para colmo, el Informe Pisa es cuestionado por sociólogos y psicólogos: qué sabrá la OCDE. Y tampoco está para regañar a los estudiantes un Gobierno cuyo vicepresidente escribe en un tuit acerca de daños que se infringen en lugar de infligirse. O sea: aquí no pasa nada.
¡Puede ser! Aunque también es casualidad que las «evidencias» siempre le den la razón a los mismos. Y podemos preguntarnos hacia dónde se dirige un país cuyo bachillerato ha disminuido su nivel de exigencia en nombre del respetable ideal de la inclusión, hasta el punto de que las últimas reformas facilitan el avance del estudiante que se empeña en suspender asignaturas. Ya lo dijo nuestro presidente del Gobierno: ¡Ser malos! Pero es que el título de bachiller que sale expedido de ahí, como sucede ya en gran medida con los universitarios, apenas dice nada sobre las capacidades o conocimientos de quien lo enarbola. Se perjudica así a todos por igual: al talentoso, porque se le iguala con los demás; al perezoso, porque no se le obliga a trabajar; al menos capaz, porque no se le ayuda a mejorar; y a la sociedad en su conjunto, porque seguiremos alejándonos de aquellas sociedades que refuerzan su bachillerato para competir globalmente y aumentar las oportunidades vitales de los más desventajados. Bien podríamos pedir más, para que el estudiante diera más.
En fin, ¿qué señal envía la sociedad española negándose una y otra vez a reforzar su instrucción? Hay que concluir que estamos satisfechos con nuestro desempeño y reconciliados con nuestro destino. Pero bien puede ser que no estemos bien informados ni sobre el uno ni sobre el otro.