Perseguidas por la ficción
«No estamos liberadas de nada. No estamos independizadas ni igualadas a nadie. Estamos en muchas situaciones, peor que nunca»
Hace poco fue el día de las escritoras. Estas cosas me hacen pensar en la visión de la vida que tenemos las mujeres. En el canon. En el machismo. En los que han escrito, opinado y editado a lo largo de los siglos no solo las novelas y los relatos, sino al hacerlo, el canon y el camino narrativo de lo que se espera de nosotras como escritoras y ya puestos, lo que nosotras mismas, como madres, como mujeres, como trabajadoras, como jefas o empleadas, esperamos de la sociedad tras milenios de cultura en la que somos personaje secundario, somos la ayudante del genio, la mano invisible que sostiene el hogar, la pérfida suegra, la torpe con las herramientas, la que sujeta la escalera, la que llama al fontanero, la que cuida al anciano, la fuerte, la que no se queja, la enfermera.
Durante años, una aspira sin saberlo a llenar ese personaje invisible y común, el lugar común, coleccionando una serie de elementos y dinámicas que no necesariamente son buenos o malos, pero que establecen la base de la sociedad en la que vivimos. Aspiramos por regla general a encontrar un amor, a comprar una casa, a tener una familia, a tener unos hijos felices y sanos, a ascender en el trabajo. Aspiraciones trilladas que cuando se ponen todas juntas parecen pertenecer a los relatos que una y otra vez establece la cultura popular, el cine, el teatro, la literatura, el arte, incluso. Esa cultura que durante milenios ha sido escrita por hombres.
Estas narraciones son genéricas porque son reales, pero a veces son ficciones que perseguimos denodadamente. En especial cuando creemos que existe la madre perfecta que es también la ejecutiva perfecta y la mujer perfectamente feliz.
La familia, o cualquier forma de familia, puede estar escrita por una mujer, pero esto no significa que no siga el patrón ancestral, que ancestralmente es masculino. Hacer buena literatura que rompa con el canon es tremendamente difícil. Además, es difícil tener éxito, porque como un sabio me dijo una vez «la gente no sabe lo que le gusta, pero le gusta lo que conoce» y lo conocido no suele ser rompedor. El sabio, por cierto, era un músico callejero.
En esa literatura popular vista desde el hombre que a veces también escriben las mujeres, se han reforzado a lo largo de los siglos esos papeles de mujer. Algunos bien escritos, otros mal, pero todos, vistos desde un ojo que nos mira, no desde un ojo que nos piensa, que nos encarna. Ahora, los hombres quieren ser modernos y feministas, y las mujeres que escriben tratando de ser igualitarias con nuestro propio sexo, también. Se llenan los relatos de mujeres sin miedo, tiradoras expertas, dueñas de empresas multimillonarias que o no tienen la menor intención de ser madres, ignorando con su fuerza de voluntad y valores independientes cualquier llamada hormonal de la naturaleza, o son además de dueñas de la multinacional, madres perfectas con hijos sanos y sin traumas de ninguna clase que además, lavan los platos a mano con la inestimable ayuda de su pareja secando con un trapito y colocando.
Es un ejemplo, esto de que en las series americanas nadie tenga lavaplatos, ni se le rompa, siempre están ellas ahí, sin que se les caigan los anillos, magníficas ejecutivas de día y madres perfectas de día también, lavando a mano y secando a mano, con un hombre que comparte tareas y no mira el futbol. A pesar de tener un altísimo nivel adquisitivo y vivir en casa de ensueño con jardines del tamaño del retiro, ni un empleado a la vista, un jardinero, un ama de llaves, un fontanero que les diga «pero quién le ha hecho esto, señora». Nadie explota a nadie, todo es legal y está pulido, todo es una lucha idealizada y de novela.
No hay quien se crea ya nada en tantas ficciones de hoy día. Ni lo típico, ni lo tópico, ni lo pretendidamente igualitario. No hay quien se crea tanta artificialidad, excepto muchas mujeres que siguen tratando de cumplir un papel imposible de representar sin cincuenta asistentes personales, jardineros, paseadores de perros, mayordomos y presupuesto para llenar la nevera de todas las necesidades modernas de la sociedad de consumo.
En el día de las escritoras me dio por pensar que para escribir buenos personajes de mujer, buenos personajes a los que aspiramos sin querer, hay que reflejar a la mujer como es ahora. Tonta perdida, agresiva y frustrada, inteligente hasta más no poder, pero infravalorada hasta la náusea, feliz en su rol de toda la vida y consciente de lo que se pierde porque la lucha es demasiado agotadora para que encima te den por hecho si lo haces bien. Porque no estamos liberadas de nada. No estamos independizadas ni igualadas a nadie. Estamos en muchas situaciones, peor que nunca, trabajando por diez bajo la idea de que somos heroínas y nos hemos vuelto insoportables en nuestra gravedad, en nuestra guerra para mantener una estructura injusta e inabarcable.
Pensé que debo mostrar más a la mujer en su lucha, en su multitasking desesperado, en su silencio, en la representación de ese papel que hemos leído y leído y visto y visto y revisto en el cine, la televisión y la literatura, en su necesidad imperiosa de explotar a una asistenta porque no hay suficiente dinero para no explotarla y poder así tener todos los platillos en el aire de la vida y de los hijos y de la jefa que la explota a ella porque si no, no salen las cuentas del éxito empresarial.
Ser buena escritora es ser una gran lectora crítica de las vidas ajenas de mujer, para entender y analizar hasta qué punto las mujeres de mi entorno y yo misma tratamos de llenar el personaje de un guion que la sociedad se ha inventado para consolarnos: la superwoman.
A veces leo la vida de los demás, que es tremendamente predecible y me enfada saber que las mujeres recogen el guante de encarnar ese papel de madre, de mujer trabajadora y luchadora, de todopoderosa, de fiel ayudante abnegada mientras siguen aparcando su protagonismo y siguen convirtiéndose en la que apoya al genio o en su enfermera, porque es el guion, el libreto, la novela infinita a la que aspirar. Todas ellas, y ellos, olvidan una cosa. Que la novela o el guion de esta ficción que pretendemos perseguir no lo han escrito para nosotras. Que es la ficción la que nos persigue cada día de nuestra vida poniéndonos contra las cuerdas de siempre, en los paradigmas de siempre.