Joe Biden: ¿Nice Old Man?
«El nuevo presidente ofrece un mensaje de unidad en su primer discurso como presidente electo pero Trump sostiene una ofensiva legal para arrebatarle las elecciones y evita concederle la victoria»
En 2015, cuando Joe Biden «apenas» tenía setenta y tres años, el cómico de noche de la televisión norteamericana, Stephen Colbert, hizo un chiste a su costa y acabó diciendo que, el nuevo presidente de los Estados Unidos, «era un nice old man». Al día siguiente, el demócrata llamó al presentador y le recriminó: «La próxima vez que me vuelvas a llamar nice old man patearé tu culo».
Colbert, como suele, estuvo rápido: le dio la razón a Biden por salir del paso pero puso una coda que ayuda a describir al hombre del momento: «Nunca más te volveré a llamar ‘Nice’…..’Old man’».
Presentado como un abuelo que acaba de volver del gimnasio, el propio Biden ha asumido que será un presidente de transición, pero, ahora, es su momento. Su convivencia con las tragedias personales o su resistencia de cinco décadas en Washington – «la Mecca de las cotorras», como Evan Osnos describe a la ciudad del poder- deberían evitar la tentación de presentarlo como un hombre maleable, manipulable, conformista.
Partió con desventaja en las primarias republicanas y la irrupción de la pandemia, ayudó a realzar su flema, su humanidad, frente a las negaciones de Trump. Y ahí, alguno de sus asesores, le encontró el eslogan: «Yo prefiero ciencia a ficción».
La media de edad de los estadounidenses en este año electoral de 2020 es de 38 años. En Capitol Hill, en la Cámara de Representantes y en el Senado, abundan políticos provectos y millonarios: más de la mitad de ambas cámaras están copadas por señorías opulentas que han hecho crecer sus finanzas en el crossroad de poder, favores, contactos y empresas.
El triunfo de Biden es producto de un pacto de las distintas -y a veces opuestas de los demócratas –: el pragmatismo constructivo de Obama, frente a la «revolución» pendiente que plantea el extremo de Sanders. Biden quiere reforzar el sistema público de salud, tiene pendiente una reforma fiscal que probablemente se topará con los Republicanos en el Senado -está por contabilizar qué color tendrá la mayoría- e insiste en limar las diferencias, abismales, entre ricos y pobres. Los jóvenes demócratas quieren mucho más: quieren frenar la catástrofe climática, cargar con impuestos a las grandes corporaciones, dotar de infraestructuras sociales al país y recuperar la inclusión de Estados Unidos como partícipe principal en las instituciones mundiales. En ese punto, Biden ya ha dicho que volverá al acuerdo de Cambio Climático y a la Organización Mundial de la Salud.
Hasta en ocho ocasiones un vicepresidente alcanzó la presidencia de manera fortuita, por asesinato o fallecimiento repentino del titular. Harry Truman decidió bombardear nuclearmente Japón y Lyndon Johnson se enfrascó en Vietnam y extendió los derechos civiles a los afroamericanos.
Trump[contexto id=»381723″], que se niega a conceder la victoria, ha iniciado una batalla legal y personal de imprevisibles consecuencias. El trumpismo cuenta con el respaldo de más de 70 millones de votos y un país polarizado.
Pero ahora es el tiempo de Biden, es el presidente y a él le corresponde encontrar las soluciones y los éxitos. Como repite Márquez Reviriego, la vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter.