Modere su entusiasmo
«El desánimo, qué arma tan maravillosa para gobernar un país y para vender periódicos. El rato que no se está muerto habrá que afirmar la vida»
No sé si se han enterado, pero los yanquis tienen la vacuna. 90% de eficacia, dicen. Para protegernos de los efectos adversos que esta noticia pueda causarnos, miríadas de tertulianos y científicos de todo pelambre han sentido la obligación de llamarnos a la prudencia. ¡Calma, no se alegren demasiado!
Vivimos tiempos curiosísimos. Cuando alguna institución económica dice que el producto interior bruto se nos va a desplomar tropecientos puntos y que nada de recuperación antes de un quinquenio, oiga: el evangelio. Toda calamidad ha de ser tomada al pie de la letra, del resto, recele.
Qué gran era la de la moderación, época gloriosa para los vendedores de tofu y los consumidores de leche desnatada. Nada en demasía, no sea que a alguien se le alegre la vida. A veces me pongo esos vídeos de El Comidista en los que algún nutricionista dice que hay que desayunar garbanzos o sardinillas. Cuidado con el cruasán, que lo carga el diablo (con el colesterol, poca broma). Ayer, mientras me bañaba, me saltó en la radio un anuncio de brioche con sabor (¡!) a mantequilla: ya no aguanto este sindiós.
No creo que sea casualidad que los mejores telediarios de este país asusten a las viejas con terribles historias de jóvenes que salen a divertirse sin ningún cuidado. ¡Prudencia! Las aglomeraciones, solo en el metro de camino al trabajo. Luego a casa, para escuchar el parte de muertos e infectados. El desánimo, qué arma tan maravillosa para gobernar un país y para vender periódicos.
El rato que no se está muerto habrá que afirmar la vida. Apartad, detestables cenizos, que estoy por dejar que me vacunen hasta en los párpados. Y luego, vino y carne. «Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas».