Chaves Nogales y los libros
«Chaves Nogales reclamaba la venta de libros en la calle, una medida que ‘sería más eficaz para el progreso intelectual de España que muchos complicados y costosos arbitrios’»
Antes de convertirse en ese reportero moderno de La vuelta a Europa en avión y otras crónicas que hoy leemos con admiración, y antes de que advirtiera con una lucidez inusual de los peligros de los totalitarismos durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, Manuel Chaves Nogales fue un periodista de mesa que escribía sobre las noticias más relevantes del momento. En sus artículos, tan pronto se entusiasmaba por la introducción de las comisiones parlamentarias en el Congreso como se revolvía contra la «prostitución» de la tradición flamenca. Aquel Chaves Nogales era un periodista joven que aún se tomaba demasiado en serio a sí mismo.
En 1929, ya entrado en la treintena y con más de diez años de oficio en la mochila, comenzó a reconocer que quizá había opinado más de la cuenta. «Considero sin interés todo artículo en el que aparezcan opiniones políticas o religiosas puramente personales, siempre que la personalidad que las emita no tenga autoridad para influir sobre sus contemporáneos –decía–. Me parece superfluo que cada uno de los colaboradores, redactores y reporteros del periódico estén reiterando día a día su fe liberal, conservadora, socialista o comunista, para desesperación de sus lectores». ¿Qué necesidad había de molestar a los lectores con los balbuceos de señores legos en la materia?, se preguntaba.
Chaves había atravesado sus años de formación en Sevilla y fue en Madrid, en el Heraldo, donde alcanzó su madurez. Fue durante este periodo de transición madrileño, mientras se alejaba de los vicios de la opinión y comenzaba a trabajar sus primeros reportajes, cuando escribió las pocas críticas literarias que se encuentran en su Obra completa. Y aunque puede que Ignacio F. Garmendia, el editor de estos cinco volúmenes, tenga razón cuando dice que Chaves hizo bien al encaminar su trabajo periodístico en otras direcciones, lo cierto es que en estos pocos artículos hay algunas consideraciones que hoy siguen siendo válidas.
No me refiero al Chaves Nogales que desde su tribuna rivalizó con Mariano Benlliure hijo, con quien terminó liándose a bastonazos y mordiscos en una pelea callejera, ni a la manera en que se burló del escritor José María Salaverría. (De este Chaves Nogales pendenciero no nos han contado nada sus apologistas, con lo divertido que es). Me refiero al articulista que reclamaba la venta de libros en la calle, una medida que «sería más eficaz para el progreso intelectual de España que muchos complicados y costosos arbitrios», y que supo ver que los tiempos de aquella España de los años veinte no eran literarios.
Los periódicos, decía, «dedican sus comentarios y sus informaciones a la vida y la obra de unos escritores que a nadie interesan». Era el único aspecto en que la prensa se desviaba de la realidad: «El lector de periódicos que sistemáticamente rehúye todo lo literario considera como una debilidad cordial del periodista esta atención dispensada a las letras, esta ficción de un mundo literario que en la realidad no existe […] Pero en los últimos meses el periodista, obligado a mantener otra ficción, la de la vida política de estos días, cultiva más asiduamente aún el mito literario. Hace bien; ficción por ficción, la literatura es, a lo menos, divertida».
Un siglo después, nada parece haber cambiado.