El equidistante Cid
«Unos dicen que era español porque su carácter unificador en la península fue pionero, otros que no lo fue porque esa realidad histórica llamada España no surge hasta unos siglos más tarde»
El Cid lleva siendo materia de controversia política desde la Edad Media. Empezando por el famoso romance de «La jura de Santa Gadea», composición anónima, es decir, composición aupada por el pueblo, en la que el mítico Ruy de Vivar acude a do juran los fijosdalgo para encararse al rey. Ya por entonces intentaba la literatura popular levantarse contra la autoridad, con varios octosílabos que pasaron a la historia. Aunque quizás el poema más famoso es ese que llaman del Mio Cid, y cuya firma sigue siendo todavía hoy motivo de disputa filológica. Hay investigadores que creen ver en ese «Per Abbat» un lacayo del rey que quiso aplicar al cantar de juglares la justicia del monarca: esto es lo que le ocurrirá a quien desobedezca, quiso decirnos. Hay otros que sin embargo ven ese misterioso copista a un clérigo rebelde que muestra la fortaleza del Cid y la caballería frente a la todopoderosa corona.
Su figura se fue propagando a lo largo de los siglos, espoleada por la cantidad de matices que le aporta a la historia de España. Es carnaza para quienes lo entienden como un símbolo de la cristiandad y el españolismo, para quienes piensan que es un mercenario al servicio de quien más oro ofreciese, para quienes lo ven como un superhéroe de Marvel capaz de liquidar a hordas de infieles o para quienes lo conciben como un ser mezquino que engañó a troche y moche hasta conseguir su Valencia. Unos dicen que era español porque su carácter unificador en la península fue pionero, otros que no lo fue porque esa realidad histórica llamada España no surge hasta unos siglos más tarde. Posiblemente, como ocurre con este tipo de personajes, la verdad esté en los grises. Pero poco importará, los acólitos del extremismo lo acercarán al polo que más convenga y, listo, a campeonar en versión moderna.
El último eslabón de esta cadena lo ha engarzado Amazon Prime con la aparición de una nueva versión de la historia del de Vivar, más centrada en sus primeros pasos como paje a las órdenes del infante Sancho. Supongo que los de siempre extrapolarán la historia, extrapolarán la propia versión televisiva, y que sea lo que Dios quiera. El pobre Cid y aun el propio Jaime Lorente, el director, los extras, el cámara o el que escribe esta columna serán fascistas, marxistas, arrianos o troskos según convenga. Es el sino de nuestra historia: sirve para enfrentar tanto como en otras naciones sirve para cimentar. Por cierto, que la filología moderna surgiese como disciplina gracias a la aparición del Cid de Menéndez Pidal; que su historia sea la primera estructura escrita en castellano con cierto fuste literario de cara al canon, es decir, que sea el padre de nuestra literatura; o el innovador sentido del ritmo que su romance trajo consigo son méritos de carne y hueso, hallazgos realmente valiosos, proezas de nuestra historia que probablemente sean enterrados bajo la célebre y cainita lectura histórica de nuestro pueblo.