En defensa de la política
«La política es imprescindible, es la clave de bóveda de nuestro bienestar porque hoy es la democracia puesta en práctica»
Me levanto por las mañanas y suena una emisora de radio. Leo periódicos con asiduidad -entre semana en formato digital, los fines de semana en papel- y veo la televisión con más frecuencia que antes para informarme. Si existe un denominador común a todas estas experiencias es esa especie de leitmotiv repetitivo y constante que llena tertulias, programas y editoriales acusando a la política -así, en general- de ser la culpable de todos los males que nos asolan. Además, la sociedad en general tiende a culpar a aquellos que le son menos amables en términos ideológicos, de modo que siempre hay un debate posible sobre lo malo o peor que es este o aquella. El acuerdo sobre la ineficacia de la política parece bastante unánime.
A través de estas líneas no pretendo lamentarme ni ser autocomplaciente, simplemente quiero compartir mi experiencia. Acaba 2020, el primer año de mi vida en que me dediqué a la política profesionalmente y puedo decir que, particularmente el Parlamento, está lleno de ojeras, carreras y preocupaciones. Quienes formamos parte de estas cámaras solemos dedicar muchas horas a nuestro trabajo, que es más que los cinco minutos de la sesión de control que suelen comentarse y despedazarse en los medios de comunicación y las redes sociales. Lo cierto es que más allá de los sesgos de cada uno y de lo que escuchamos aquí y allá, este año el Congreso de los Diputados ha alcanzado muchos acuerdos: más de cincuenta iniciativas legislativas y más de treinta decretos leyes, entre otros ejemplos. Además, han salido adelante leyes de la trascendencia de la regulación de la eutanasia o los presupuestos generales del Estado, estos últimos han sido los más apoyados desde hace más de una década.
Quizás la siguiente afirmación puede ser impopular pero estoy convencida de ella. La política es imprescindible, es la clave de bóveda de nuestro bienestar porque hoy es la democracia puesta en práctica. No comparto el uso identitario que algunos líderes europeos pretenden hacer de las democracias occidentales pero sí creo que debemos protegerlas de amenazas como el populismo o el iliberalismo. En este sentido, la responsabilidad es mayúscula. Resulta particularmente preocupante el ascenso y la organización internacional de la extrema derecha, aunque es un error centrar este debate en cuestiones como el trumpismo o Vox en España. La extrema derecha cala cada vez que se cuestionan las instituciones o que los populismos se instrumentalizan para ascender en el poder. Un ejemplo: Trump contó hasta el final con el inmovilismo cómplice de los republicanos que asumieron sus tropelías sin apenas excepciones.
En España, también son reveladoras las infinitas campañas para desprestigiar la política en general, la legitimidad del contrario e incluso de las propias instituciones. Sin ir más lejos, hace unos días una diputada del PP afirmaba en sus redes sociales que se había suspendido la celebración de varias comisiones en el Congreso por el afán del Gobierno de silenciar voces críticas. La realidad es que esas comisiones se pospusieron porque el pleno se estaba alargando de tal modo que impedía la celebración de dichas reuniones en un horario tempestivo. Es más, la suspensión fue acordada en la mayoría de los casos con todos los grupos parlamentarios, sin embargo, esta diputada decidió trasladar un mensaje falso que pone en duda la independencia y el gobierno de la propia institución del Congreso. La extrema derecha no tiene ninguna capacidad material ni intelectual de cambiar nuestros cimientos pero esta lluvia fina que representan quienes adoptan esta pose o ven en todo ello una oportunidad sí es peligrosa.
En definitiva, merece la pena defender el espacio común que es nuestra democracia porque funciona y, sobre todo, porque es la única vía que conocemos para convivir. Merece la pena cuidar de aquello que nos brinda un mundo común y nos aleja de la fragilidad que tan de cerca hemos visto este 2020.