El escapismo literario
«¿Es mejor el escapismo o la literatura que enfrente a los niños con los problemas con los que, sin duda, algún día se encontrarán?»
Cuenta la escritora Ursula K. Le Guin en el libro que Gigamesh acaba de publicar –El idioma de la noche– que una vez, un amigo suyo, acudió a la sección infantil de la biblioteca de la ciudad para pedir El hobbit. La bibliotecaria le dijo que ese libro sólo estaba en la sección de adultos, pues consideraban que el escapismo no era bueno para los niños.
La anécdota me hizo recordar un episodio del podcast 99% Invisible en el que se recordaba la figura de Anne Carroll Moore, bibliotecaria de la New York Public Library, una figura que compleja que si bien propició que las bibliotecas fueran espacios accesibles y atractivos para los niños, también ejerció su poder para que los niños sólo leyeran historias dulces y amables, nada de historias reales en la que pobreza o la maldad estuvieran implicadas. ¿Cuál de las dos bibliotecarias tenía razón? ¿Es mejor el escapismo o la literatura que enfrente a los niños con los problemas con los que, sin duda, algún día se encontrarán?
En el prefacio a su libro Cómo leer y por qué, Harold Bloom explica que no hay una sola manera de leer bien, aunque hay una razón fundamental para que leamos: «A la información tenemos acceso ilimitado, pero ¿dónde encontramos la sabiduría?». En ese mismo libro Bloom constata que la lectura es uno de los mayores que uno puede experimentar estando solo: «La invención literaria es alteridad, y por eso alivia la soledad». Tal vez, junto a la vejez, la infancia sea esa etapa en la que uno se siente más solo e indefenso. A la vejez podremos llegar solos pero sabios. En la infancia, en cambio, estamos solos y por construir. Por eso es tan importante la elección de lecturas y, todavía más, las ausencias que queramos imponer a nuestros hijos o sobrinos. Es por ello que los libros que elijamos en estos días para nuestros niños y jóvenes pueden determinar sus futuras vidas. Yo misma recuerdo con especial emoción mis lecturas de niña, las que me conformaron. Recuerdo las escapistas y las cotidianas, las que me hacían trasladarme a mundos que nunca conocería y las que explicaban mejor el mío.
En este 2020 me he aficionado de nuevo a la ciencia ficción y al género fantástico. Los leo como libros costumbristas. Casi todo lo imaginado allí puede hoy ser real. Hay un relato de Ursula K. Le Guin que leído hoy pone los pelos de punta. Se titula Los que se marchan de Omelas y fue escrito en 1973. Allí se describe una ciudad utópica llamada Omelas en la que todo el mundo es feliz, no hay reyes ni esclavos, sino “gentes sencillas, nada de dulces pastores, ni nobles salvajes, ni candidos utópicos. No son menos complejos que nosotros”. Esos ciudadanos guardan un secreto: en el sótano de uno de esos edificios hay una habitación en el que un niño es maltratado. Todos en la ciudad lo saben pero es el precio que deben pagar por su felicidad. Algunos, los justos, no soportan este hecho y se marchan de la ciudad hacia un lugar que no conocemos. El relato de Le Guin nos interroga de un modo radical: ¿cómo podemos vivir sin justicia?. Cuarenta y siete años después de haber sido escrito, el relato resuena en nuestros días, más fantásticos e increíbles que nunca.
En una entrevista le preguntaron a Le Guin de dónde había tomado el nombre de la ciudad y ella respondió que fue justo después de mirar una señal de tráfico en Salem (Oregón) en el espejo de su coche: “La gente me pregunta:¿De dónde sacas tus ideas? Yo les digo que de olvidar a Dostoyevski y comenzar a leer las señales de tráfico al revés, naturalmente. ¿De dónde más?”. La literatura de Le Guin -fantástica, escapista, única- nos plantea cómo vivir en nuestros días, cómo imaginar un lugar libre, digno y justo y seguir siendo misteriosamente humanos.