Adiós, 2020
«Ha unido o desunido, ha cambiado la manera de relacionarnos y ha descubierto las fallas también en las uniones forzadas, no solo en el ámbito privado»
Este año se acaba, por fin, parecía que nunca lo haría y parece que no ha habido un año tan detestado de manera tan unánime. La pandemia lo ha ocupado todo, ha cambiado vidas, se ha llevado otras y ha centrado todos los debates. Ha iluminado aristas y nos ha mostrado algunas cosas buenas. Ha evitado también las listas de lo mejor de la década y la discusión sobre cuándo acaban las décadas. Ha unido o desunido, ha cambiado la manera de relacionarnos y ha descubierto las fallas también en las uniones forzadas, no solo en el ámbito privado.
Va a hacer casi un año de cuando una fría y soleada tarde de invierno comentaba con otros padres lo del virus de China en el parque del Colegio de arquitectos de Madrid. El día había empezado a alargar, veíamos la primavera a la vuelta de la esquina y acabábamos de celebrar el primer cumpleaños infantil en el que los padres bebíamos cerveza y vino mientras los niños corrían y comían chocolate. Qué lejos nos parecía la amenaza, qué irreal. Diez meses después hay vacuna, y no una sino varias –basadas en el ARN, una molécula que transporta información genética–.
Las vacunas nos dan la esperanza de recuperar la vida pasada: los modos de relacionarnos, la vieja normalidad donde se contemplaba la posibilidad de socializar de manera azarosa y en persona, la alegre despreocupación, volver a ver las sonrisas de los desconocidos o la posibilidad de leer los labios de quien habla.
Hemos vivido nuestra propia fragilidad y la de nuestro sistema, que parece resistir a pesar de todo. Los muertos no van a volver, como yo tampoco recuperaré mi vida en Madrid. Los nueve años que he pasado en la ciudad me cayeron de golpe en octubre y me envejecí. No sé si el tiempo había pasado sin que me hubiera dado cuenta, entretenida en los hijos y los libros, entre los trabajos precarios y la promesa de la estabilidad o es que realmente me han caído todos los años de golpe. Miro atrás en este año y me parece eterno –lo mido en canciones, películas y libros que me han acompañado y hay mucho de todo, en parte porque parece que haya habido varias rentrées– y al mismo tiempo, conservo fresco el recuerdo de cuando fui a la piscina cubierta a nadar con mis tres hijos, en una tradición navideña que se abre conmigo.
Ahora vemos el final más cerca, pero también tenemos la amenaza de la tercera ola aquí mismo, y leemos los cierres en Europa temiéndonos lo peor: otro encierro. Cuando todo esto pase, tal vez necesitemos tragar saliva al comprobar que la vida ya no será nunca como antes, como cuando los niños descubren un secreto de los adultos.