La oportunidad del Brexit
«Es posible también que nosotros salgamos mejor parados si somos capaces de dejar atrás la lentitud de una burocracia asfixiante y empezamos a dirigir nuestras políticas hacia el crecimiento»
En tiempos de pandemia, el Reino Unido ha abandonado la Unión Europea; se diría que con más pena que gloria, pero sobre todo entre una indiferencia generalizada. La actualidad pertenece a las distintas mutaciones de la Covid-19 y a la urgencia de la vacunación. No deja de ser paradójico que Bruselas haya adquirido tan pocos viales de las primeras vacunas aprobadas, mientras que británicos y estadounidenses –dos ejemplos prototípicos, se nos dice, de Administraciones populistas– estén vacunando su población a un ritmo acelerado: en ambos casos, ya por encima del 1% de la población. Muy lejos todavía del asombroso 11% de ciudadanos vacunados en Israel, pero muy por delante del 0, 20% de Alemania y del «no se sabe» de España, puesto que carecemos de datos. Ya llegarán y de entrada serán malos. Hay problemas logísticos y de falta de suministros, desconfianza y recelo entre la ciudadanía. La sensación general es de improvisación.
Un ejemplo lo tenemos en Alemania, donde el malestar va creciendo –lo reflejaba hace unos días Der Spiegel– porque además sucede que la vacuna es de fabricación nacional. Cuestión de reflejos, se dirá. Y la falta de reflejos constituye también una de las razones de la huida británica –recuperar la soberanía patria para librarse de la burocracia bruselense y del dictado de unos intereses que distan de ser comunes. Seguramente Londres pierde más que lo que gana y, en un caso como el español, este axioma me parece indiscutible. Fuera del paraguas europeo, nuestro país –roto moral, política y económicamente– no se sostendría. Ni él ni muchos otros, me temo. ¿Y el Reino Unido? La respuesta ya no es tan clara.
A corto plazo, ellos y nosotros salimos perdiendo. A medio y largo plazo, queda por ver. De entrada, todos nos empobrecemos, perdemos radio de acción y capacidad militar, inteligencia compartida y plazas financieras, diplomacia exterior y acceso a I+D, y a un espacio común comercial y laboral. La Unión, de repente, se queda sin una sola universidad en el top ten mundial, lo cual no es un dato insignificante. Resulta difícil pensar que alguien vaya a salir ganando en esta situación.
Pero es posible que el Reino Unido no quede tan mal parado. Sus recursos no son nimios: el prestigio de un idioma global, la City, algunas universidades, un ecosistema saludable de centros de investigación y startups, la herencia colonial, su estrecha alianza con los Estados Unidos, un modelo impositivo relativamente favorable y que seguramente lo sea todavía más en el futuro. El Reino Unido mira sobre todo hacia el Atlántico y hacia Asia, quién sabe si con el Ártico abierto a la navegación en un futuro próximo por mor del cambio climático. Su éxito dependerá de la inteligencia del gobierno y de la habilidad de sus elites.
Y es posible también que nosotros salgamos mejor parados si somos capaces de dejar atrás la lentitud de una burocracia asfixiante y empezamos a dirigir nuestras políticas hacia el crecimiento, la innovación tecnológica y una mayor cohesión de nuestras políticas. En definitiva, si somos capaces de convertirnos en un actor global realmente competitivo. Tampoco será fácil, narcotizados como estamos por la suave complacencia de la superioridad moral; pero es necesario si no queremos continuar en la senda de la irrelevancia internacional. Llegados a este punto, la activación del Brexit constituye una oportunidad para ambas partes que habrá que saber aprovechar.