Con el rostro vuelto hacia la nieve
«Cuando la nieve se derrita, lo que aparecerá bajo nuestros pies será una tierra raquítica, necesitada de calor»
Media España se encuentra sepultada bajo la nieve y ese fulgor desnudo de lo blanco dota al paisaje de un aura de irrealidad. Es curiosa esta belleza, porque tiene algo de espectral. Precisamente Borges se preguntó en una ocasión por qué Moby Dick era albino y no oscuro; es decir, ¿por qué Melville había escogido un cachalote sin color como representación de la muerte? Para el escritor argentino, la respuesta se encuentra en la palabra bleak (gris, mortecino, pálido, desolador) que comparte su raíz etimológica con black. Tanto el blanco como el negro son colores funerarios.
Esta mañana, aquí en la isla, no nieva. Solo llueve y hace un frío húmedo, denso. Tiene también algo de irreal, sobre todo a primera hora del día. La casa callada, el murmullo de la lluvia, las calles desiertas, una ciudad insomne. El gobierno balear ha decretado para los próximos 15 días el cierre de restaurantes, bares, centros comerciales y gimnasios: medidas que llegan tarde, medidas insuficientes, medidas que traen la ruina. Nadie lo habría creído posible hace unos años. Tampoco el asalto de una multitud al Capitolio: una fantochada ridícula y absurda, que nos muestra las ruinas intelectuales en las que nos movemos; un paisaje moral más propio de Marvel que del mundo adulto.
Politólogos como Bruno Maçães o Yuval Levin llevan tiempo alertando de esta desconexión. Si nos atenemos exclusivamente a los relatos, entonces el mundo –y ahora la democracia– adquiere el rostro de una representación. La palabra «rostro» me parece interesante. En latín, rostrum significaba pico, hocico, punta. En un contexto humano, el rostro apunta a un movimiento, a una dirección: indica hacia dónde miramos. Lo que Maçães y Levin plantean es que en la posmodernidad nuestro rostro se vuelve meramente hacia la ficción y eso nos condena a vivir en un escenario devastado por los espectros de la irrealidad. Los hombres que asaltaron el Capitolio creían escribir una página heroica en defensa de la democracia americana frente a la llegada de unos usurpadores. Que sus ideas sean manifiestamente falsas poco importa, como bien sabemos en España. Los relatos crean emociones y las emociones –con sus sesgos– dominan nuestros resortes mentales. Llamamos democracia y libertad a lo que no son más que escombros de la guerra cultural.
Con el rostro mirando hacia la nieve, se diría que vivimos en una continua rebelión contra la realidad. Esta descripción la ha empleado Yuval Levin para referirse a las semanas finales del trumpismo[contexto id=»381723″], pero podemos extenderla a cualquiera de nuestras democracias líquidas. El mandato de la naturaleza ha quedado reducido a constructos sociales o al capricho manipulador de los científicos. Bobos como Harari nos aseguran que pronto no habrá muerte porque habrá llegado el homo deus. Europa se mantiene en la parálisis burocrática como si el crecimiento económico no importara, obsesionada en sus experimentos de laboratorio. Como los niños, un día despertaremos y será doloroso. Porque la realidad se impone siempre con una fuerza descomunal, trágica. Cuando la nieve se derrita, lo que aparecerá bajo nuestros pies será una tierra raquítica, necesitada de calor. Hasta que llegue la primavera, el invierno va a ser especialmente duro.