La crisis y sus mutaciones
«Todos los datos indican que se está gestando una bomba social que podría estallarnos en la cara en pocos meses»
No sólo mutan los virus. Si la nueva cepa de la Covid-19 descubierta de chiripa en el Reino Unido ha disparado el número de contagios y vuelve a poner contra las cuerdas los sistemas sanitarios no sólo de ese país si no de gran parte del mundo occidental, nuestras sociedades asisten impotentes a las sucesivas mutaciones de la crisis: de una sanitaria a otra económica y social y, de ante el riesgo evidente de que se extienda el malestar social, no es descartable que la siguiente mutación desemboque en una crisis democrática. Ya hay algunos indicios.
Cuando el mundo se acerca a los dos millones de muertos por la pandemia y los contagios diarios se han multiplicado por tres desde el final de verano, la vacunación masiva, que se supone es el principio de la solución a todos nuestros problemas, va a un ritmo exasperantemente lento en casi todos los países salvo algunas excepciones. La confianza en que 2021 fuera el año de la recuperación gracias al desarrollo en tiempo récord de las vacunas contra la Covid-19 y a los programas de estímulo fiscal aprobados, algunos históricos como el de la UE, empieza a resquebrajarse. Y sólo estamos a mitad de enero.
En España, donde el INE esta semana elevaba a más de 80.000 la diferencia en el número los fallecidos en 2020 con respecto a la media registrada entre 2015 y 2019, muy por encima de las 52.878 muertes oficiales atribuidas al coronavirus, el efecto Filomena ha sumido además a la mitad del país en un nuevo confinamiento involuntario. La espesura del paisaje pandémico se densifica con el aumento de casos y de muertes diario y al cansancio de los ciudadanos se suma una nueva decepción por la deficiente gestión de la campaña de vacunación por parte de nuestros gobernantes.
Otra vez se impone la ideología a la necesidad de unir fuerzas y echar mano de todos los recursos disponibles, públicos y privados, para vacunar lo más velozmente posible. Y una vez más asistimos perplejos a cómo este le pasa la pelota a los autonómicos para todos acabar eludiendo sus responsabilidades. De nuevo, se ponen en evidencia el fracaso del Estado de las Autonomías para hacer frente a una emergencia de salud nacional, sin los mecanismos de solidaridad y de coordinación que caracterizan a otros estados federales de nuestro entorno como Alemania.
Como consecuencia de este desbarajuste de competencias, la salida del coma económico inducido se aleja. Nadie cree que 2021 cierre con un crecimiento del 9,8% del PIB como prevé el Gobierno. Si como todo apunta, el objetivo de lograr la inmunidad de rebaño se retrasa a final de año, difícilmente el turismo, que pesa más de un 10% sobre la economía, se podrá recuperar y las empresas zombis que hoy se mantienen con respiración asistida comenzarán pronto a suspender pagos y sus trabajadores, a engrosar las colas del paro. Con el riesgo añadido de que los impagos de las empresas desaten también una crisis financiera. Un 30% de los autónomos registraron pérdidas superiores a los 30.000 euros en 2020. Los salarios, salvo los de los funcionarios, están estancados y la brecha con los más bajos, percibidos en su mayoría por jóvenes y mujeres, sigue ampliándose. El riesgo de exclusión social vuelve a repuntar y afecta al 26% de la población (más de doce millones de personas).
Todos los datos indican que se está gestando una bomba social que podría estallarnos en la cara en pocos meses. Y ello pese al generoso colchón del BCE, que ha comprado 120.000 millones de euros de deuda española en 2020 (equivalente a la emisión neta del Tesoro en ese periodo) para mantener unos tipos de interés casi negativos en las emisiones de deuda del Estado y asegurarse que el crédito siga fluyendo. Y a pesar también de las medidas de dopaje como los ERTE, que van a verse de nuevo extendidos a mayo aunque con una dotación muy insuficiente en los Presupuestos Generales recién aprobados, o el IMV que ha llegado al 20% de los demandantes de esta ayuda. Es la respiración asistida que necesita el paciente pero que impide también ver los peligros que nos acechan.
El FMI analiza en un informe reciente el deterioro de la desigualdad y de la paz social en varios países que se han visto afectados por distintas pandemias en los últimos años (SARS, Ébola o Zika).
Las conclusiones son preocupantes. Y teniendo en cuenta la gran extensión de la pandemia del coronavirus por el mundo, más. Porque las cicatrices sociales que dejó la crisis financiera de 2008 a 2013, muchas aún por cerrar, abonaron el camino al poder a los movimientos populistas a derecha e izquierda, unos con su xenofobia y nacionalismo exacerbado, otros con su tentación de peronizar la política mediante la colonización de las instituciones y desdibujar así la separación de poderes.
No hay que descartar por ello que un agravamiento del malestar social mute en una crisis de los fundamentos liberales sobre los que se asientan las democracias avanzadas. La tentación de dar respuestas simples a problemas complejos, buscar un culpable para dividir a la sociedad y deslegitimar a las instituciones es irresistible para algunos pero también gravemente irresponsable. El reciente asalto al Capitolio de EEUU es una clara consecuencia de ello.
Aunque en esta ocasión se cruzaron todas las líneas rojas, no hay nada nuevo en la estrategia: ya sea los de arriba contra los de debajo de Podemos o su voluntad declarada de desobedecer las leyes que consideren injustas o el Espanya ens roba de los indepes catalanes, que culminó con la desconexión de la legalidad y el asalto de los CDR al Parlament animados por Torra, o el Take back control de los partidarios del Brexit, muchos hoy arrepentidos, o el Build a Wall de Trump y su negativa a aceptar el resultado de las recientes lecciones presidenciales, o los ataques de Vox a los inmigrantes, China, la UE y su llamamiento a negar la legitimidad del Gobierno PSOE-UP. A estas derivas populistas, apoyadas en muchos casos por los jóvenes, cabe añadir la preocupante pérdida de confianza de las nuevas generaciones en los sistemas democráticos. Todo ello genera un peligroso caldo de cultivo.
Hace un siglo el mundo se libró de la fiebre española, una de las pandemias más mortíferas de la historia. Lo que siguió fue una década de bulliciosa creatividad artística, explosión de los mercados financieros, consumo despreocupado y avances en las libertades individuales. Hay quien quiere pensar que si logramos vacunar al 70% de la población (inmunidad de rebaño) antes de que acabe el año, algo similar puede ocurrir. ¿Llegaremos a tiempo para parar la mutación de la crisis económica y social a una de los valores democráticos? Sólo el tiempo dirá.